domingo, 19 de noviembre de 2017

Russell y la existencia de Dios

En un conocido debate sobre la existencia de Dios, Bertrand Russell comenzó declarándose agnóstico. Es fácil de comprender esa postura, ya que su rival le pidió que se manifestara sobre la creencia en lo que podemos llamar 'la idea de Dios': un ser personal supremo, distinto del mundo y creador del mismo. Desde un punto de vista estrictamente científico, la posición de Russell fue la más inteligente, la existencia de Dios no es una hipótesis falsable, es decir, no puede demostrarse y, por lo tanto, tampoco su inexistencia.

Los religiosos se empecinan en referirse a Dios como un ser "necesario", término opuesto a "contingente", mientras que Russell se niega a entrar en esa lógica que le es extraña. La palabra "necesario" solo cobra sentido aplicada a proposiciones analíticas, es decir, aquellas cuyo valor de verdad se desprende del significado de los términos involucrados. Para entender por qué se considera que la idea de Dios no tiene sentido, solo hay que cotejarla, por ejemplo, con el universo. Un creyente insistirá en asociarla a Dios, en reducir la relación causal a ese ser "necesario" y en buscarla un significado en función de ello, pero la palabra "universo" solo resulta útil en relación a algo, no es posible buscarle un significado por sí misma. La idea de buscar una causa del universo y llamarla Dios es una clara abstracción sin sentido, mientras que todo el conocimiento científico se deriva de relaciones causales muy concretas. Lo que se señala como absurdo es buscar una causa a la totalidad, y de ahí el conocido argumento de Russell sobre la primera causa de Dios de que, si bien todo hombre existente tiene una madre, resulta evidente que la raza humana no tiene una madre. No existe razón para suponer que el mundo globalmente tenga una causa. Si bien el científico se esfuerza en encontrar causas explicativas sobre un acontecimiento particular que tenga su interés, no puede partirse de la idea de que el mundo deba tener una explicación, algo que forma parte del acervo religioso (y que puede ser explicable señalando sus causas sociales y psicológicas). El científico no puede llegar a certezas, en cualquier caso, sino a probabilidades, por lo que hay que insistir en lo ilegítimo de buscar una explicación y significado al mundo en función de una primera causa.

jueves, 9 de noviembre de 2017

La cultura religiosa, beneficiosa o no

Vamos a lanzar unas cuentas reflexiones sobre la creencia religiosa y el ateísmo: si es sostenible intelectualmente una posición atea, realizamos un análisis de la religiosidad como parte de una cultura autoritaria, y evaluamos si la religión beneficia a la sociedad. En primer lugar, algo obvio, reside en el creyente la llamada "carga de prueba", es decir, tiene la obligación de estar dispuesto a demostrar la veracidad de su proposición (naturalmente, cuanto más insólita es la proposición, más pesada resulta la carga de prueba, ya que el que recibe la propuesta necesitará un mayor esfuerzo).

La persona crítica que recibe la proposición del creyente tendrá que realizar en primer lugar una suspensión de juicio, deberá indagar, examinar los hechos concretos del caso, la claridad del razonamiento, las consecuencias derivadas de la razón, las evidencias a favor o en contra de una u otra postura, los motivos de la persona que propone... Lo que se dice es que la proposición de que el "concepto clásico de Dios" (y aquí se enumeran una serie de atributos, como el hecho de una cosmovisión basada en la creación de este supuesto ser) sea real resulta extraordinaria, por lo que el proponente debe valorar la veracidad y objetividad como en el caso de cualquier otra propuesta de ese calibre. Por supuesto, si una posición resulta insostenible o infundada, es mejor abandonarla antes de que se convierta en incongruente. Desde este punto de vista intelectual, un universo sin dioses resulta teóricamente más eficiente y más probable en la práctica, por lo que la posición atea es claramente sostenible. Incluso, si se pretende justificar la creencia debilitando los criterios hasta un punto que resulta impráctico, es posible así justificar cualquier creencia mística. Desde este punto de vista, y para ser consecuente, habría que creer en todos los dioses (y en conceptos similares no sujetos a examen crítico, ya que el asunto se extiende a otros ámbitos) o en ninguno.