sábado, 28 de octubre de 2017

La evolución del librepensamiento

Parece ser que el término "librepensador" puede tomarse de dos maneras, una en sentido amplio y otra en concreto. Según el primero, puede llamarse librepensadores a todos aquellos que no se adhieren a un dogma dado. En ese sentido, pueden serlo tanto los libertinos como los libertarios, pero también, ojo, los deístas (aquellos que quieren creer en un dios creador, pero niegan su culto, revelación o intervencionismo).

En sentido estricto, atendiendo entonces a la historia, los librepensadores son una serie de autores ingleses del siglo XVIII caracterizados por el racionalismo (según la época de la Ilustración), la tolerancia religiosa, la defensa del mencionado deísmo y de la religión natural y, en algunos casos, por el materialismo y el ateísmo más o menos explícitos. El primero en merecer ese calificativo pudo ser John Toland, deísta y opositor a todo lo sobrenatural en el cristianismo y en la religión en general. La manera que tenía de entender la "religión natural" era como una racionalización de la creencia religiosa y una especie de síntesis de todas las existentes; parece ser que al final de su vida derivó hacia posiciones materialistas y panteístas, eliminando todo carácter positivo de la religión y propugnando un nuevo culto basado en la fraternidad humana y en la adoración de lo natural. Otro librepensador destacado de esa época fue Anthony Collins, enemigo del dogma, del fraude y de la superstición (que para él, también deísta, sería un camino para descubrir lo que habría de verdadero y razonable en las Escrituras), y partidario del libre examen para toda creencia y toda afirmación. Pero estos autores, a los que se puede considerar en la línea de otros anteriores al uso del término, por muy heterodoxos y "librepensadores" que les podamos considerar para su época, no dejaban de ser cristianos, creyentes que trataron de desprender a la religión de su apoyo político y otorgarle una justificación natural y ética.

domingo, 22 de octubre de 2017

La necesidad del escepticismo y del pensamiento crítico

¿Existe un forma correcta de pensar? Habría que contestar, tal vez en primer lugar, que no existe una forma única. Algo tan evidente, queda en entredicho al resultar tremendamente difícil filtrar en esta sociedad algo tan necesario como es el pensamiento crítico y el escepticismo.

Es más, parece que ser crítico o escéptico se convierte incluso en algo cuestionable o despectivo y, el mundo al revés, uno debe avergonzarse de su actitud, de su manera de pensar no categórica, de suspender el juicio sobre tantas cosas (no confundir con inseguridad) y debe, además, demostrar sus dudas sobre el asunto en cuestión. Por otra parte, la duda para el escéptico se demuestra con la falta de certidumbre, tan sencillo como esto, pero es el dogmático (el iluminado, y de verdad que no queremos ser, al menos ahora, irónico con este calificativo, sino referirnos a aquel que posee la certidumbre) el que suele negar el debate. Nuestro escepticismo nos lleva a dudar de lo que se nos exponga y, después de cierto análisis, tal vez estar en franco desacuerdo. Naturalmente, el escepticismo no bebe de la ignorancia, todo lo contrario, se encuentra abierto a expandir el conocimiento y la razón. No hace falta decir lo necesario que resulta para el progreso, para combatir el integrismo, que nos más que el deseo de no seguir haciéndose preguntas. Naturalmente, el escepticismo y el pensamiento crítico se aplican primero a uno mismo, a su percepción y conocimiento del mundo (insistimos, la inseguridad es otra cosa), abre la posibilidad del cambio hacia mejor, a desterrar el conformismo.

martes, 17 de octubre de 2017

¿Explicación mítica o racional?

Mientras que la mayoría de los seres vivos solo puede interactuar con su entorno y reaccionar ante la información que reciben de él para sobrevivir, los seres humanos disponemos de la capacidad para reflexionar sobre nuestra realidad. Así, el ser humano puede discurrir sobre sí mismo, su origen y su destino. Es lo que se ha querido definir como capacidad racional en el hombre, a diferencia del resto de seres vivos, que le supone ir avanzando en la búsqueda de conocimiento e ir adquiriendo habilidades para modificar la naturaleza.

Por lo tanto, y disquisiciones éticas al margen, la razón es una herramienta poderosa en el ser humano para conocer el mundo con la mayor exactitud posible. El acceso al conocimiento es siempre una experiencia individual, por lo que el concepto de "realidad" está muy condicionado por la subjetividad, aunque es de suponer una tendencia a cierta objetividad (una descripción "razonable" del mundo). Es un tema delicado, en el que no habría que pontificar sobre lo que es real o verificable; de hecho, nuestra propia percepción suele modificar la realidad observada, por lo que es complicado deducir una interpretación "exacta". Las alteraciones perceptivas que sufre una persona son múltiples y, no necesariamente, producto de ciertas sustancias. En definitiva, puede decirse que toda experiencia es por definición subjetiva, lo que el individuo percibe es una sensación única e intransferible; del mismo modo, las interpretaciones son inevitablemente parciales y sesgadas. Así, a pesar de que la realidad se mantenga imperturbable, el conocimiento está siempre condicionado por la subjetividad; el más variado grupo de personas expuesto a la misma situación ofrecerá interpretaciones muy dispares.

jueves, 12 de octubre de 2017

La búsqueda pueril de un propósito en el cosmos

¿Por qué el ser humano posee la tendencia a encontrar un propósito y un sentido en hechos cotidianos fácilmente explicables? ¿No son la ciencia y el arte disciplinas que pueden suplir de manera sólida esa inclinación a lo esotérico? Defendemos desde este texto, y tratamos de explicar en función de visiones religiosas y metafísicas, lo pernicioso de ese abandono pueril a lo "extraordinario", a buscar un sentido oculto en la existencia humana y en la creación del universo.

A nivel cotidiano, podemos escuchar a algunas personas aludir, de una manera o de otra, a que las cosas que ocurren en nuestra vida tienen "algún sentido"; no serían, en cualquier caso y según esta interpretación, producto de la mera casualidad, pero revelando poco o ningún deseo de indagar y abandonándose con demasiada facilidad a interpretaciones más bien pueriles y simplistas. Quiere buscarse una asociación, en circunstancias muy concretas no demasiado difíciles de explicar si no nos evadimos con facilidad en busca de "algo extraordinario", para concluir en una especie de sentido o propósito en la existencia humana y en el conjunto del cosmos (me atrevo a expresarlo así, ya que hay una evidente conexión entre la interpretación de nuestra vida y algún tipo de cosmogonía).

sábado, 7 de octubre de 2017

Embaucados por lo sobrenatural

Puede decirse que el ser humano tiene avidez por lo "maravilloso", algo que debería ser alimentado por el conocimiento y la inteligencia; sin embargo, se apropia de ese apetito, o necesidad, toda suerte de charlatanes y proveedores de la superstición (habitualmente, por motivos crematísticos). Lo que puede proporcionarnos la ciencia es algo mucho más grande que cualquier cosmovisión aportada por las religiones y creencias, siendo siempre cautos con nuevas vías que conduzcan al ser humano a otras formas de reverencia y subordinación, por lo que una ética humana (y humanista) debe abarcar el campo cognitivo. Desgraciadamente, la decadencia de las religiones tradicionales dio lugar a un vacío ocupado por otra vías paranormales; el escepticismo y un pensamiento crítico, en aras de un conocimiento sólido, ha dejado lugar a nuevas formas de credulidad y superstición.


A pesar de esta reflexión, sí hay que aclarar algunas cosas. Es fácil invocar con palabras a la ciencia, al conocimiento "verdadero", pero algunos se cuestionarán si podemos estar seguro que no lo es aquello que otros consideran mera superstición (pseudociencia es el término que más nos agrada, ya que creemos que tal calificación no debería herir susceptibilidades, aunque termina haciéndolo de un modo u otro para nuestros muy susceptibles amigos propensos a creer cosas peculiares). Después de todo, hay cosas de nuestra vida cotidiana producto del desarrollo tecnológico, que las personas del pasado hubieran considerado tan improbables como, por ejemplo, una aparición sobrenatural. Al respecto, hay que recordar la llamada Tercera Ley del gran escritor de ciencia ficción  y científico Arthur C. Clarke: "Cualquier tecnología lo bastante avanzada es indistinguible de la magia" (con esta aseveración, jugaba en sus historias otro excelente narrador de lo fantástico, Richard Matheson). Con ello queremos decir que un escepticismo dogmático, acusación que se utiliza como argumento para defender la pseudociencia frente a los que la cuestionan, puede ser tan pernicioso y ridículo como la mayor de las credulidades. Multitud de personas, negaron la posibilidad del progreso en el conocimiento y en la innovación, en nombre de un escepticismo que se muestra más bien como una postura obtusa y conservadora. Por lo tanto, por sí misma, la incredulidad dogmática ante lo que puede parecernos extraño o falto de explicación no es una virtud. Hay que diferenciar esa actitud de un escepticismo crítico y racional, plenamente justificado (claro está, si poseemos el conocimiento para no, simplemente, "suspender el juicio").

domingo, 1 de octubre de 2017

Creencias enfrentadas

Como ya hemos dicho en otras ocasiones, el nacionalismo no deja de ser una forma de creencia religiosa secularizada. Al igual que la religión, en la que solo hay una y verdadera, el nacionalismo sustituye a la divinidad por el Estado, del cual mana toda ley sagrada; así, podemos ver por parte de muchos españoles, en estos días de enfrentamientos entre creencias nacionalistas, aludir a la Constitución como si fuera la 'verdad revelada' para siempre. Por supuesto, se olvidan los intereses muy terrenales que se encuentran detrás, por parte de una minoría dirigente y privilegiada, por no hablar de la historia reciente de este país (sí, hay que hablar del franquismo, ya que lo que somos en la actualidad es un producto de lo ocurrido en el pasado, muy obvio). Volvamos al nacionalismo, con su lenguaje patriótico, grandilocuente, mítico y redentor, que al igual que la religión, nutre los deseos, ilusiones y personas de los seres humanos dejando a un lado la realidad, que está detrás, de toda opresión política y explotación económica. Este análisis, debería no ser necesario decirlo, es válido  tanto para todo Estado consolidado, como es el Reino de España, como para aquellas naciones que aspiran a construirlo, como sería el caso de una República de Cataluña. Un amigo mío, lúcido él como pocos, considera que el nacionalismo ajeno, cuando enerva de forma irracional a tantos es porque tienen otra creencia nacionalista que defender. No podemos estar más de acuerdo cuando apelamos, en nuestra crítica al nacionalismo (a todo nacionalismo) a una visión amplia de las comunidades humanas, cosmopolita y fraternal. Al igual que con la religión, no se trata de decidir cuál es mejor o el verdadera Estado-nación, sino cuestionar si son o no perniciosos al dividir a las personas y encubrír la opresión política.