viernes, 9 de junio de 2017

Los reconocidos y limitados beneficios del placebo

Me da la sensación de que existe cierta confusión sobre lo que es el efecto placebo. En un artículo reciente, Rosa Montero ha llegado a considerar la homeopatía, muy probablemente, como un simple placebo, para acto seguida defenderla por su condición inocua y por mejorar la salud. ¿El placebo mejora verdaderamente la salud? Veamos. Al menos, desde finales del siglo XIX, la medicina científica anunció el (supuesto) fin del placebo. Ya en aquel momento, hubo quien lamentaba el asunto, ya que se consideraba que factores como una actitud tranquilizadora, por parte del terapeuta, junto a saber dar el trato correcto al paciente, resultaban eficaces en algunos aspectos. Podemos decir que, hoy en día, y afortunadamente, el efecto placebo ha sobrevivido. También es posible afirmar que cierto poder de la mente humana resulta poco menos que incognoscible. Esto es importante para el conocimiento científico, reconocer la propia ignorancia sobre tantas cuestiones, lo cual no abre la puerta a lo esotérico. Dicho esto, admitiendo los beneficios del placebo, hay que decir que no se trata de ninguna terapia. Y esto es así porque resulta francamente complicado realizar un experimento para desgranar los beneficios psicológicos y culturales del placebo; no resulta posible comparar el placebo con ningún otro tratamiento. De hecho, y esto hay que decirlo, no parece muy ético, dentro de la comunidad médica, tratar a un paciente realmente enfermo con un efecto placebo. Insistiremos en lo importante de "realmente enfermo". La explicación estriba en que el mundo clínico no puede interesarse por demostrar que un tratamiento funciona mejor que "nada", sino si lo hace mejor que cualquiera de los realmente existentes.

Hay algo que sí resulta loable realizar como experimento. Y es comparar, y aquí interviene el ingenio, un placebo con otro. Al hacerlo, los investigadores descubrieron que el efecto placebo abarcaba más que el simple tratamiento (una pastilla, por ejemplo). Así, cómo administrar la pastilla, la forma que adopte, incluso su color, junto a la expectativa que adopte el paciente, acabarán teniendo cierto impacto sobre sus ideas y creencias. Las empresas farmacéuticas, por ejemplo, no tardaron mucho en averiguar que el tipo de envase de los medicamentos y la marca que aparece en el mismo acababan teniendo un efecto beneficioso sobre el dolor de cabeza. Esto explica que tantas personas, por mucho que se les explique que sus beneficios no son mayores, terminan comprando analgésicos de marca. La homeopatía es otro de los ejemplos perfectos como placebo, que puede llegar a aliviar ciertos síntomas. Cierto amigo, admitiendo esto último, llega a considerar que la mayor parte de lo que se nos vende en farmacias es en realidad un simple placebo. La homeopatía, al menos, no resulta tan cara como otros. Bromas aparte, lo que deberíamos es ser más conscientes de esta situación, precisamente para tener más conocimiento sobre una vida más saludable y no ser conejillos de indias en manos de empresas mercantiles, que planifican maquiavélicamente y con pocos escrúpulos sus resultados.

Hay otros factores, además de lo mencionado sobre la pastilla, que explican el efecto placebo. Al parecer, está demostrado que lo que el terapeuta diga o haga, o incluso sin hacer nada explícito, puede provocar un efecto tranquilizador en el paciente. El problema de los terapeutas alternativos es que, habitualmente, se esfuerzan en dar lo que podemos llamar "explicaciones placebo". Es decir, afirmaciones infundadas, no basadas en pruebas y a menudo abiertamente fantásticas, acerca de la naturaleza de la dolencia del paciente. Por ejemplo, se alude, usando una terminología ambigua, a "desequilibrios" o "energías". En este caso, el placebo puede entrar en juego y producirse efectos beneficiosos. Pueden aparecer importantes daños colaterales, ya que estos diagnósticos y explicaciones fantásticas pueden conducir a que la persona acabe creyéndose su condición de enferma, se refuercen ideas y comportamientos más bien destructivos y se evite que la persone progrese, de verdad, continuando con su vida. El problema de los terapeutas alternativos es que no admiten que su posible eficacia en ciertos síntomas se debe a ciertos rituales y a la relación que establecen sobre el paciente. Ellos insistirán en que sus tratamientos poseen un efecto específico y medible sobre el organismo, pero es algo que hay que demostrar siempre con la evidencia empírica. De lo contrario, hablamos de pseudociencia, con o sin efecto placebo. No obstante, el placebo nos revela la existencia de dilemas fascinantes y conflictos éticos acerca de la pseudociencia. Así, ¿hay que considerar ciertas prácticas como un simple timo, a pesar de observar que funcionan como placebo? Advertiremos, al margen de esta cuestión, sobre los efectos secundarios imprevistos de las terapias pseudocientíficas. Como ya apuntamos, pueden reforzarse creencias contraproducentes, con el innegable efecto sobre la capacidad intelectual, acabar "medicalizando" problemas de otra naturaleza o extender la idea de que un tratamiento simple puede ser la respuesta a un problema social más grave. En cualquier caso, volviendo al efecto placebo, que puede ser útil en algunas ocasiones, el mayor problema de los terapeutas alternativos es que no lo reconocen y abundan en grandes y oscuras teorías sobre el cuerpo humano. Para finalizar, diremos que tanto en la medicina convencional, como en la alternativa, es criticable el dogmatismo y el mercantilismo. Existe una idea más honesta e inteligente, que es aprovechar las ya numerosas investigaciones para perfeccionar tratamientos que actúan mejor que el placebo, así como para mejorar la atención sanitaria sin engaño alguno al paciente.

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