jueves, 22 de junio de 2017

Formas sutiles de dominación

Los valores no deberían tomarse de modo absoluto. Por lo general, y así lo considero yo (seguramente, con más prejuicios y condicionamientos que nadie), considerar a alguien "inconformista" o "individualista" es visto como algo positivo sobre el papel. Otra cosa es la práctica, en la que criticar la práctica habitual, lo establecido o la costumbre acarrea más de una vez que le etiqueten a uno de manera peyorativa y supone el peligro de no ser aceptado dentro del grupo. Pero esta paradoja, algo díficil de ser superada al tratarse de una tensión permanente entre valores individuales y valores sociales, conlleva una problema más importante en mi opinión (problema relativo y afortunadamente irresoluble). Ser crítico e inconfomista dentro de una colectividad es algo sano, pero considerarse miembro activo de esa colectividad, integrante de un "equipo" por emplear un símil evidente, resulta perfectamente compatible. Compatible, aunque requiere de una fortaleza y personalidad permanentes, no plegarse a lo que opina la mayoría y defender una opinión contraria, a pesar del ambiente negativo que nos va a suponer. Creo que uno de los motivos por el que apostar por el anarquismo, estriba en esta cuestión.

Cuando una sociedad es represiva en sus costumbres, denominará al disidente con el odioso término de "desviado". La psicología social dice, a tenor de las investigaciones, que los grupos tienden a preferir a los conformistas. No obstante, hay que diferenciar claramente entre tomar un camino poco transitado, en base a opiniones y/o valores sólidos, y simplemente oponerse sin más a la opinión de los demás con el afán de llevar la contraria (en ese caso, no hablaríamos de alguien que manifiesta su independencia, sino de una especie de anticonformista que tampoco piensa por sí mismo). Por lo tanto, no se trata de enarbolar la bandera disidente constantemente, y sin razón, se trata de tener la capacidad de discernir adecuadamente entre nuestras opciones para el inconformismo (o defensa de nuestra individualidad) y el conformismo (o aportación a un proyecto colectivo). Tal vez resulte obvio el razonamiento, pero me parece una tensión a tener en cuenta, de forma permanente; si en algo puede contribuir la psicología social (y, dicho sea con cautela, la ciencia, en general) a una emancipación, en lo dos planos vitales de la existencia humana, es a ser más consciente de estas situaciones.

La definición concreta para conformismo que realiza Elliot Aronson, en El animal social, es: conducta u opiniones de una persona como resultado de una presión real o imaginada de personas o grupos de personas. Los ejemplos que se citan en el libro sobre el tema en cuestión, sin que resulten necesariamente ser situados en una situación extrema, resultan dignos de atención. Muchas personas cambian su actitud, en desacuerdo con lo que piensan, en sintonía con lo que piensa la mayoría. Se trata de una especie de temor a defender una opinión contraria, en el caso de que hablemos de personas que no son sinceras, pero puede existir algo más. En algún experimento, resulta especialmente sorprendente, ya que no existían restricciones a la individualidad, no de un modo explícito. En otras palabras, no existían premios ni castigos, por lo que la valoración de por qué ciertas personas cambian de opinión adecuándola a la de la mayoría establece dos hipótesis: tal vez, simplemente, se autoconvencieron de que sus propias opiniones eran erróneas; o, tal vez, "siguieron a la masa" para ser aceptados y no tener que enfrentarse al desacuerdo, sabiendo que estaban traicionándose a sí mismos. Como resumen, puede decirse que son dos metas diferentes las de las personas que cambiaron de opinión: estar en lo cierto, o subordinarse a otras personas para congraciarse con ellas. Naturalmente, estas dos metas pueden estar abiertamente en conflicto. Aronson menciona el prejuicio tan extendido a creer que nosotros somos personas que buscan la corrección, y que son los demás los que se pliegan a la buena opinión de los demás. Naturalmente, existen muchos factores en el carácter de una persona para que termine acatando opiniones de los demás (como puede ser la baja autoestima). No obstante, aceptando y elogiando la diversidad del temperamento humano, se me ocurren muchos factores para combatir un conformismo que bloquee cualquier tipo de desarrollo personal y que acabe justificando incluso algún tipo de dominación; entre ellos, el rechazo al culto a la personalidad, tan propio todavía de casi todas las culturas (en algunos casos, hasta llegar al ridículo), no resulta baladí.

Insisto, discernir entre cuándo resulta adecuado plegarse a la conducta del grupo no es ninguna quimera, como puede ser simplemente cuando necesitamos alguna información. El ejemplo clásico está en la aceptación de una autoridad técnica, no de una autoridad coercitiva, simplemente porque existen personas con más conocimiento en las que hay que apoyarse. Las investigaciones demuestran, en ese sentido, que las personas con más pericia y experiencia generan mayor fe en los demás a la hora de seguir su ejemplo. Desgraciadamente, la valoración que realizan muchas personas, en nuestra sociedad frívola y clasista, resulta más superficial que otra cosa: el aspecto físico o el estatus económico. En cualquier caso, Aronson sostiene que el conformismo relacionado con la observación de los otros con la intención de recabar información para tener la conducta más adecuada tiene raíces más profundas que el conformismo relacionado con un premio o con un castigo. Si la realidad aparece confusa, los demás se convierten en una importante fuente de información; ello es posible hasta el punto de que afecte a nuestras emociones sin que haya un estímulo real al respecto, simplemente por emulación de otras personas con esos síntomas. Se me ocurren muchas situaciones, en estos tiempos que vivimos, en el que algún tipo de efecto placebo surte efecto debido a factores de diversa índole. En cambio, si la realidad es nítida, si se tiene plena consciencia de lo que está ocurriendo y una explicación sobre los hechos, no existirá una gran influencia por parte de otras personas. Un motivo más para combatir situaciones en las que determinada clase, sacerdotal, política, económica o científica, se erigen en portadores de la verdad y acaban sometiendo, de manera evidente o sutil, consciente o inconscientemente, a otras personas. Estos mecanismos, que se producen tantas veces de manera inconsciente, son explicados por la psicología social, y no se debe quitar importancia a las consecuencias. Evidentemente, podemos oponernos a un poder real, político o de la clase que sea, pero desentrañar otras situaciones en que la dominación resulta tan sutil y dispersa supone una mayor voluntad y consciencia.

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