miércoles, 22 de enero de 2020

Sobre las lecturas transformadoras y la concepción del mal

En cierta ocasión, supe de cierta persona educada en el ateísmo y en el pensamiento racional, pero finalmente convertida al catolicismo gracias a… ¡la lectura de El señor de los anillos! Es curioso que se mencione esa obra, cuya belleza y calidad literaria nadie discute, y se haga además desde una perspectiva espiritualmente transformadora, pero en mi opinión insultantemente maniquea y (algo) infantil. Es decir, la persona ex-atea consideró que, después de la lectura del libro de Tolkien, era fundamental ya resistirse al Mal. Con ello, puede pensarse en primera instancia que antes de la conversión a la creencia religiosa no existía esa resistencia al Mal, y muy probablemente gracias a su ateísmo. No obstante, tratemos de profundizar en el asunto. Al parecer, lo que se trata de demostrar es que el bien y el mal no son meramente constructos sociales, sino que corresponden a un nivel más profundo o, mejor expresado, a un plano trascendente a la existencia humana. Nos viene muy bien el ejemplo del autor de El señor de los anillos. Dejemos a un lado la ficción literaria, por muy bonita y profunda que pretenda ser, y dediquémonos a la vida real (que es la que nos interesa cuando hablamos de lo bueno y lo malo). Tal vez no es muy sabido que Tolkien, sin ser un fascista, apoyó a Franco en la Guerra Civil Española. Como persona católica y conservadora (algo que, en mi opinión, suele ir unido), es muy probable que pensara que la criminal cruzada nacional en España era una manera de frenar el ateo y pecaminoso comunismo. Lo mismo que pensaban Franco y sus secuaces, por otra parte.

Ese anticomunismo conservador y religioso, al margen de dejar a un lado que uno no necesita apoyar a un criminal para enfrentarse a otro, no parece tener en cuenta que en el bando "rojo" había muchas tendencias enfrentadas a lo que consideraban un horror en esa primera mitad del siglo XX: el fascismo. No hacía falta ser comunista para enfrentarse a Franco, podía uno ser anarquista, liberal, socialista, republicano o simplemente demócrata (o, sencillamente, luchar contra lo que estaba mal; no, no utilizamos ahora las mayúsculas). Vemos, con este ejemplo, y sigue habiendo muchos otros en la actualidad, que esa concepción trascendente sobre el Bien y el Mal es posible que lleve al despropósito demasiado a menudo. Una de las bazas, precisamente, para considerar la religión como algo cuestionable, e incluso pernicioso, es ese absolutismo. La metafísica nos dice que existen nociones ideales, absolutas y trascendentes, algo que es muy antiguo y que bebe de diversas tradiciones filosóficas (que el monoteísmo, posteriormente, absorbió para su propio interés). En nombre de esas ideas absolutas, como Dios, detrás del cual se supone que está el Bien con mayúsculas, se han hecho y se siguen haciendo las mayores atrocidades (sí, lo decimos con bastante frecuencia, ¿es acaso falso?). Frente esas nociones ideales y absolutas, mucho mejor buscar un comportamiento ético propio de un plano humano e inmanente. Frente a ese Bien y ese Mal, con mayúsculas, que parecen mantener a la humanidad en una situación puerilmente enfrentada, mucho mejor profundizar en lo que es bueno y en lo que es malo.

Es cierto que resulta imposible tener todas las respuestas sobre la moralidad, ni mucho menos sobre la ética, pero eso no abre las puertas a poner nombre a nuestra ignorancia ni a situarlas en un plano trascendente. Cada uno es muy libre de abrazar la "espiritualidad" que le venga en gana, después de alguna que otra experiencia "mística" (como, al parecer, la lectura de un libro), pero parece mucho más enriquecedor e interesante indagar en la concepción de la naturaleza y del universo o, si estamos verdaderamente preocupados por la perfección moral, en los misterios de la psique humana, de nuestras sociedades o de la cultura en general. Muy al contrario de lo que suele sostener la propaganda religiosa, los ateos, no creyentes, o sencillamente personas con una visión "naturalista", combativos en su apuesta por la racionalidad, no pretendemos necesariamente encontrar todas las respuestas en la evolución, el materialismo o en cualquier otra cosmovisión científica. No reducimos nuestra visión de la existencia a una hipótesis científica, ya que el dogmatismo es algo ajeno a la ciencia; ello, a pesar de que tengamos en cuenta el conocimiento verificable en muchos aspectos, es cierto. Utilizo la primera persona del plural, para que se me entienda, aunque luego la realidad humana es diversa y compleja. Sencillamente, tratamos de hacernos preguntas permanentemente, también en las cuestiones del comportamiento humano, del perfeccionamiento individual y colectivo. Lo que es bueno y lo que es malo, pero en un plano de la existencia humana, susceptible de ser mejorado. No se me ocurre otra espiritualidad (o moralidad, si se quiere) mejor. Dicho esto, me apetece devorar alguna bella, lírica, y tal vez fantástica, obra de ficción literaria.

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