sábado, 27 de junio de 2015

Leyendas urbanas

Todos las hemos escuchado. No solo eso, sino que hemos conocido a alguien, que a su vez conocía a otro, que lo había visto o vivido muy cercanamente. Es increíble, pero doy fe ello. Sobre la famosa anécdota del desgarro anal de un conocido cantante, llegué a escuchar a dos personas, de dos ámbitos bien diferentes de mi vida, que aseguraban conocer a alguien que trabajaba en Urgencias de un hospital madrileño el cual había asistido al susodicho caso.

Por supuesto, el famoso artista jamás tuvo aquel accidente. La parte más morbosa, y yo creo que algo estólida, del ser humano entra en acción y está dispuesto a creer cualquier cosa; aunque, en este caso, no sé si únicamente a creer o, más grave, a aportar su propia parte al engaño fabricado. Otra conocida leyenda urbana, la del grupo La Oreja de Van Gogh y su supuesta relación con la banda terrorista ETA, algo por lo que el inefable presentador Pedro Ruiz les habría echado de su programa televisivo en plena emisión. Pues bien, en este caso llegué a escuchar de un compañero de trabajo que él había visionado dicho programa. Más tarde, descubrí que aquella persona era un mentiroso compulsivo, además de alguien tan mediocre como para aspirar permanentemente a una patética dosis de notoriedad. En este caso, no exagero, por lo que los mecanismos que llevan al ser humano a fabricarse su propia fantasía son en esta ocasión más obvios.

Puedo mencionar una tercera leyenda urbana, aunque esta vez me produce más extrañeza y sentimientos encontrados. Como he dicho, si etiquetamos a la gente de simplemente crédula, de tener una vida gris y pocos alicientes, nos es más fácil comprender que acaben abrazando ciertas cosas. Sin embargo, cuando alguien es respetablemente ilustrado, incluso con ideas avanzadas, la cosa se nos complica. Así ocurrió con cierta persona que me aseguró conocer a alguien (no estoy seguro si era un conocido directo, tal vez no) que había superado un grave caso de cáncer gracias al visionado repetido de comedias cinematográficas antiguas. Solo años después, tras haber escuchado la misma historia con algunas variantes (algo inherente a toda leyenda urbana que se precie), me di cuenta de lo muy crédulos que somos todos y cada uno de los seres humanos, sin atender a inteligencia o nivel cultural.

Recientemente, y tampoco voy a realizar más publicidad de ello con datos exactos, una conferencia impartida en un prestigioso hospital madrileño, parece haber resucitado esta anécdota o leyenda urbana de la curación del cáncer. Una médico geriatra retirada, y esto es un dato que no tiene por qué significar nada a priori (es decir, alguien con formación científica puede también acabar creyendo en bobadas) sugirió la posible curación de esta grave enfermedad gracias a la risa producida por las películas de los geniales hermanos Marx. Al parecer, la retórica presente en la conferencia abundaba en los argumentos habituales de la medicina alternativa: autosanación consciente, desequilibrio emocional junto a desarmonía corporal (ambas cosas, supuestamente muy vinculadas), espiritualidad de diversa índole, etc. etc. Esta mujer llegó a mencionar una variante de la leyenda urbana mencionada, con nombre real incluido, que la verdad ya me agota un poco tratar de comprobar si hay algo de cierto en ello.

Esta última anécdota me vale para insistir en lo que es la argumentación seudocientífica habitual de las terapias alternativas: el supuesto dominio de la mente sobre el cuerpo. Si habitualmente se insiste en la meditación, que viene a ser la voluntad adornada de alguna manera, para superar los trastornos, en este caso se ha añadido el hecho de reírse un montón. Como es lógico, la meditación (siempre tranquilizadora), así como el disfrute de la manera que sea (y los inmortales Marx son inmejorables para ello) supone ganar calidad de vida en cualquier persona, sana o no. Esto está muy bien. Sin embargo, la evidencia científica nos dice que es imposible superar una grave enfermedad únicamente con ello. Es lógico que este tipo de discursos tengan su público, pero lo de siempre, resulta una grave irresponsabilidad sostener que puedes sanar con algo que no está demostrado que funcione.

miércoles, 24 de junio de 2015

Lo absurdo


De nuevo, hemos recibido un considerable aluvión de e-mails y cartas, llenas de indignación, a nuestra Redacción, esta vez acerca de nuestra consideración de lo absurdo y nuestra (supuesta) tendencia de meternos alegremente con el personal y su libertad para creer lo que le venga en gana. Bien, de nuevo también nos vemos obligados a ciertas explicaciones y matizaciones. Perdón si nos repetimos, pero debe ser que este blog no deja de ser una versión minúscula del "eterno retorno" y su crítica a una visión lineal del progreso. Con seguridad, es eso.

Para empezar, recordaremos que lo que llamamos absurdo es, ni más ni menos, que lo ilógico e irracional (dicho vulgarmente, lo disparatado o estrafalario). Dirán algunos de ustedes: bienvenido sea lo extravagante en un mundo gris, aburrido, injusto (es decir, por otra parte, irracional) y tremendamente normalizador. Nada que objetar si la actitud absurda pretende rebelarse contra un mundo sin sentido y también provocar a nuestro entorno acerca de ello. Es más, esta es nuestra intención también con este blog, aunque nos revistamos a veces de un sesudo pensamiento racional y científico. Continuamos con nuestras explicaciones.

Esperamos haber aclarado que nuestra concepción del absurdo tiene, por supuesto, varias lecturas y que nuestra crítica es lo suficientemente amplia, esperamos, para que no nos acusen de ser precisamente "normalizadores" del pensamiento (la razón es, gran medida, subjetiva, pero el pensamiento racional trata de buscar cierto sentido objetivo: una aparente contradicción, que puede resolverse de manera pragmática con una verdad adecuada a unas circunstancias muy concretas). Cuando tildamos de "absurdas" ciertas teorías y creencias (vean ustedes la cabecera de este blog), no lo hacemos apelando a grandes verdades (ni siquiera, científicas), sino a un conocimiento y un progreso que se encuentran en constante movimiento y en permanente mejora, opuesto en definitiva al dogma (sea religioso, político, incluso supuestamente científico).

Precisamente, consideramos que son los que tratan de compartir sus creencias dogmáticas (y recordaremos también que esto significa meramente "rígidas" e "inamovibles", a pesar de lo que diga la evidencia sobre ellas) los que tratan de "normalizar" y buscar una unidad de pensamiento sencillamente inasumible ante lo que supone la riqueza y pluralidad de la vida. Recapitulemos, cuando consideramos absurdas las creencias lo hacemos porque pretenden reducir el pensamiento y la vida a visiones que podemos llamar cuestionables, si lo expresamente con cautela, pero ilógicas e irracionales desde una visión algo más profunda. Es cierto que, si nos ponemos trascendentales, puede verse la vida como carente de sentido (en nuestra opinión, precisamente por los problemas dogmáticos que estamos denunciando), pero la respuesta no es abrazar un nuevo dogma, sino otorgarle sentido con una visión amplia y plural de la existencia.

Si buscamos un parangón filosófico (de andar por casa, ya que nuestros métodos son modestos), lo hallamos en la visión existencialista. Estos filósofos parecían conscientes del absurdo de la vida, se asomaban al abismo de la nada (la ausencia de Dios o como queramos llamarlo) y solo hallaban angustia. Frente a esta visión, otros pensadores como Albert Camus, que recorrían un camino similar al de los existencialistas, consideraban que la respuesta era otorgar un sentido a la vida precisamente desprendiéndonos de todas esas tareas y creencias absurdas (ya saben el mito de Sísifo: subir una y otra vez la misma piedra a la cima) fundando la experiencia realmente humana, con todo lo que ello tiene también de subjetivo.

Otro ejemplo que nos viene a la memoria es el de la gran obra de teatro sobre el encuentro entre un Descartes, ya mayor, pero humanista, racionalista y de gran vitalidad, y el joven Pascal, de gran genio e idealismo, pero de un dogmatismo ávido de reformar a los demás. El veterano Descartes niega su apoyo a las renovadas ideas de Pascal, opuestas aparentemente al poder imperante, ya que considera que pretende fundar un nuevo sistema similar o peor al establecido. Lo consideramos inmejorablemente expresado. La respuesta no es oponer un nuevo dogma (aunque se disfrace, tantas veces, de pensamiento científico, igualmente rígido y absurdo) a las carencias e injusticias de lo establecido, sino tratar de abrir mucho más el conocimiento y la experiencia a una vida que tratamos de vivir plenamente sin fantasías trascendentes.

sábado, 13 de junio de 2015

Deidades y espíritus a gusto del consumidor

El hinduismo, como es sabido, es una religión aparentemente politeísta, es decir, con infinidad de deidades. No obstante, y sin ánimo de profundizar en el asunto, es algo muy matizable, ya que en realidad el hinduismo recoge diversas religiones y tradiciones. Además, en el fondo, se dice que es una creencia monoteísta, ya que cada deidad es una personificación del único y verdadero Dios.

Al margen de que se trate de una serie de creencias con mucho donde elegir y cierto margen doctrinario (no se engañen, el dogma siempre está detrás), lo más detestable del hinduismo es que se trata del origen del sistema de castas en la India. Como siempre, la religión es poco o nada liberadora a nivel personal (más allá del consuelo que uno quiera buscar en toda suerte de creencias), y sí profundamente reaccionaria. Pero no es exactamente de la religión hinduista de lo que quiero hablar hoy. Desde hace un tiempo, tengo como vecinos a una familia india, muy religiosos, tal y como hicieron ver al poco de llegar a la comunidad.

De la noche a la mañana, encima de la puerta del piso de esta familia, pude ver a altas horas de la mañana una especie de inscripción hecha a mano, con pintura roja intensa para más señas, lo cual aumentó mi estupor y, hay que decirlo, es posible que me recorriera cierto aire de escalofrío al tratarse de altas horas de la madrugada. Al día siguiente, tuve ocasión de hablar con la mujer india, por lo que no perdí la ocasión de preguntarle sobre aquellas extrañas palabras escritas en sánscrito (expresado así, no deja de parecer una historia de terror de bajo perfil). Como no podía ser de otro modo, me aclaró con cierto gesto de sorpresa que se trataba de una oración. Le respondí que me parecía muy bien, con sumo respeto si se quiere, pero que nos había pintarrajeado la escalera, un espacio común.

La pintada hinduista no tardó en desaparecer, aunque muy pronto otro símbolo religioso apareció en la puerta de nuestros amigos de la India, esta vez sí, en un lugar privado. Esta vez se trataba de algo muy identificable para el común de los mortales: una pequeña esvástica. Desgraciadamente, una mayoría de personas en Occidente no identifica dicho símbolo con la tradición hinduista, y sí con un régimen político criminal, y alguna que otra explicación tuve que dar al respecto a otras gentes que pasaban por allí con ojos como platos.

Otra anécdota relacionada con mis amigos hindús tiene que ver también con los rituales religiosos. El caso es que cierto día me encontré a otra vecina en la escalera, con una expresión extraña en su rostro y con una actitud de no saber si entrar en su casa o salir huyendo. La buena mujer no paraba de oír desde su vivienda, justo debajo de los vecinos indios, cierto sonido misterioso emitido seguramente por bocas humanas y repetido una y otra vez. Como uno no tiene el oído demasiado fino, escuché con atención, y efectivamente, aquello era cierto.

Inmediatamente, tranquilicé a mi otra vecina y le aclaré que seguramente aquello no era ningún ritual satánico, ni nada parecido, sino alguna especie de mantra, parte importante de la práctica hinduista para meditar, para orar, para adorar a la divinidad de turno o para vaya usted a saber qué (para mis adentros, no descarté tampoco que trataran de adorar a alguna deidad maléfica, pero eso me lo callé). Como mis palabras no parecían convencerla, ni tranquilizarla del todo, argumenté que las creencias de otras culturas siempre nos parecen absurdas y terribles, mientras que no aplicamos el mismo criterio a las nuestras. Con seguridad, continué, a estas personas provenientes de una cultura oriental una religión occidental que tiene como símbolo un instrumento de tortura y ejecución, el cual se alaba en rituales colectivos no menos tenebrosos, seguramente también les daba más bien espanto. Mi vecina es profundamente católica y, todavía no sé muy por qué, se indignó con mis palabras.

Como colofón, de momento, a mis aventuras con la cultura hindú, recientemente he tenido ocasión de departir amigablemente con mi vecino hindú. El caso es que la cuestión religiosa ya había salido en alguna otra conversación, y uno había dejado bien claro que es un convencido ateo y pertinaz racionalista; cada uno hace gala de sus creencias y, cómo no, también de sus no creencias. Pues bien, mi amigo indio me habló de unos extraños ruidos que oye, él y su familia, a altas horas de la madrugada. Como uno es sumamente ingenuo, además de un pertinaz racionalista, ni se le pasa por la cabeza, con esta edad y a estas alturas, atribuir a nada extraño los muchos ruidos que se producen en las viviendas. Siempre recuerdo, algo que conté a mi vecino, una anécdota de unos extraños sonidos que se producían durante toda la noche en cierto piso, parecía algo que recorría el suelo; la explicación no tardó en llegar, alguien se dedica a prepararse unas oposiciones de madrugada, que debía ser de las desquiciantes, y para calmarse a modo de manía personal jugaba cada rato con unas canicas por el suelo.

A mi vecino hindú no le convenció explicación alguna. En el transcurso de la conversación ya le había dejado claro que de mi casa no podían provenir los ruidos, ya que me considero una persona tranquila que tiene además un sueño profundo; si acaso, no era descartable que mis cuatro compañeros de piso, de la especie felina, pudieran organizar alguna jarana de vez en cuando. Mi interlocutor, de manera categórica, negó que los animales pudieran producir dichas perturbaciones. Ante mi asombro, terminó por decirme que se trataba de espíritus, sin ningún lugar a dudas, y que provenían de mi casa. No había ningún asomo de humor ni de ironía en las palabras de me vecino; al contrario que en su rostro, en el mío sí se dibujó inmediatamente cierta sonrisa pensando que solo podía tratarse de una broma. No obstante, aquella noche les comuniqué a mis gatos que se mantuvieran alerta. Solo por si acaso, no vaya a ser que exista toda suerte de espíritus y deidades. Y es que un ateo, y pertinaz racionalista, no debe ser nunca categórico en sus negaciones. Sí, es sarcasmo.

sábado, 6 de junio de 2015

Sintergética, tres en uno


Hubo una vez, hace no tanto, que parecía que la ciencia podía cambiar el mundo para siempre, el hombre iba a perfeccionar cada vez más su conocimiento de las leyes naturales y todo parecía posible; hoy, ya entrados en el siglo XXI, no solo continuamos con sistemas políticos y económicos que siguen provocando desigualdades y opresiones intolerables, precisamente porque gran parte de la humanidad no tiene acceso a remedios sanitarios elementales, sino que en sociedades que se dicen avanzadas conviven las teorías más cuestionables sobre la salud humana.

Precisamente, una de las teorías de la medicina alternativa, que se pretende ecléctica, recogiendo elementos de todas las culturas habidas y por haber, es la llamada sintergética. Desde la medicina occidental, que no tardan en denominar "alopática" (recordemos que es un término que se crea desde la homeopatía, sencillamente mentiroso y reduccionista, ya que solo da la sensación de que es lo contrario de lo que sus defensores afirman), hasta la ayurvédica, pasando por la medicina tradicional china, se coge de aquí y allá para crear una peculiar terminología de dudosa legitimidad científica.

Tres son los conceptos que aluden al término "sintergética": 'sinergia', que alude a esa armonía entre técnicas muy diferentes; 'síntesis', que alude a una visión holística (concepto muy del gusto de la medicina alternativa) donde se propicia la unidad de todo tipo (molecular, emocional, energética, mental, transpersonal… ¡toma ya!); por último, y como no podía ser de otra manera en una terapia de base científica más que cuestionable, llegamos al concepto de 'energía' en el que se insiste en los trastornos del ser humano relacionados con el aspecto 'energético'.

Juzguen ustedes por sí mismos, prueben y si les funciona sin que les saquen un montón de pasta, adelante. Por supuesto, siempre encontraremos a algunas personas que dicen haberse encontrado mejor después de estas prácticas terapéuticas, por lo que tendremos que dejar un margen de duda (sobre todo, sobre si creer que el ser humano necesita según qué cosas). Como ya hemos insistido otras veces, si de lo que se trata es de un malestar sicológico o existencial (tal vez, su terapeuta alternativo lo denomine 'espiritual' o aluda a una desrregulación energética entre cuerpo y alma), cada uno es libre de buscar solución o consuelo donde quiera; si hablamos de una enfermedad grave, la cosa ya va a ser dramática y mejor acudir a un remedio real.

En el caso de la sintergética, es una terapia que no parece haber encontrado mucho eco todavía; la humanidad tal vez no se encuentre preparada para ello o quizá es algo que el sistema este ocultando para no perder su parte de beneficio en la gestión de la ciencia sanitaria. Si echan ustedes un vistazo a la terminología empleada en el caso que nos ocupa, seguro que pasan un buen rato equiparable a ver esas infumables películas de género de serie Z: una de las herramientas fundamentales se denomina Resonador de Arquetipo Mórfico (cuyas siglas RAM entendemos que pretende provocar cierta familiaridad en el paciente tras el susto del nombre), que viene a ser  una caja de resonancia que retiene la energía del cuerpo del paciente y que va unida a otras RAM mediante trenzas de nailon que transmiten la energía reticular (sic); otros artilugios que se emplean son placas que corrigen no sabemos qué tipo de información biológica en el cuerpo del paciente, tubos de vidrio con agua por supuesto energética (retenida, es de suponer, gracias a las teorías homeopáticas), lo que llaman 'soft láser', que igualmente hace una lectura de la desarmonización del paciente gracias a una propuesta nada menos que biocibernética, e imanes de no demasiada intensidad (por lo tanto, también de dosis homeopáticas), que igualmente inciden en el bloqueo energético del cuerpo del paciente.

Lo que hemos hecho aquí es simplemente un resumen, aunque el tono humorístico solo se produjo debido a nuestro (seguramente, muy pobre) conocimiento científico. Si leen ustedes algo más sobre la sintergética, tal vez se dejen seducir por toda un universo terminológico: "cosmovisión integrativa", "concepción sintética de la vida propuesta por las escuelas de la biología moderna" (por favor, verifiquen esto), "información autopoiética" (con lo fácil que es decir 'autocreadora'), "estructura disipativa", "técnicas de biorresonancia para estimular el biocampo", "interfase entre la información y la energía", "conciencia como entidad esencial del universo" (aquí, ya se les ve un poquito el plumero espiritual)… Al margen de todos estos conceptos, algunos abstrusos, otros meramente adornados en su simplicidad, parece encontrarse una terapia alternativa que, como no podía ser de otra manera, pretende ser integral y humanizadora, pedagógica, preventiva, establece un nuevo modelo de relación entre terapeuta y paciente (no solo crematística, es de suponer) y asegura no ser invasiva. ¿Alguien da más?

miércoles, 3 de junio de 2015

Sobre las vacunas

Recientemente, un caso de un niño enfermado con difteria, por no haber sido vacunado, ha puesto el caso del movimiento antivacunas de nuevo de actualidad. Jaume Padrós, presidente del Colegio de Médicos de Barcelona, ha afirmado lo siguiente: "La banalización, la relajación, la introducción de elementos ideológicos que nada tienen que ver con la práctica clínica y la evidencia científica nos puede hacer retroceder al siglo XIX", a lo que añade "Yo apelo a la responsabilidad de todo el mundo. No indicar la vacunación sistemática sin una justificación clínicamente razonable es una actuación de mala praxis médica".

Por otra parte, no se niega la posibilidad de ciertos efectos secundarios, pero se considera que los beneficios protectores son mucho mayores que los riesgos, además a un nivel comunitario (no solo personal). En sentido contrario, la Asociación de Afectados por Vacunas advierte una vez más sobre el desconocimiento, en gran parte de los casos, de los efectos adversos.
Aunque en España la corriente de oposición a las vacunas no es muy grande, en otros ámbitos geográficos si ha habido un gran alarmismo. Precisamente, los defensores de las vacunas, como Ben Goldacre, consideran que es peculiar que la cuestión se circunscriba a solo ciertos países, como Reino Unido (con lo que hoy se considera un bulo, la asociación de la Triple Vírica con el autismo) o, coyunturalmente, en Francia (esta vez, se dijo que la vacuna contra la hepatitis B producía esclerosis múltiple); también, en Estados Unidos, sin que la alarma cruzar el Atlántico, la corriente opositora se produjo por un conservante llamado timerosal, al parecer de uso habitual en el Reino Unido. Goldacre, en Mala ciencia (Paidós, Madrid 2011), repasa todos estos casos, insistismo en que muy limitados a una región concreta, y que se remontan a los mismos orígenes de las vacunas, para tratar de desmontarlos uno a uno. Ojo, esgrimiendo argumentos a favor y en contra.

Insistiremos, una vez más en este blog, que la posición a favor de las vacunas (que un humilde suscriptor no la tiene a priori de forma rígida) no supone el apoyo al sistema imperante ni mucho menos a las farmacéuticas ni a los Estados; se trata, simplemente, de buena o mala praxis, de argumentos sólidos a favor o en contra. Desgraciadamente, lo que parece un hecho, que las vacunas hayan erradicado casi en su totalidad ciertas enfermedades (como la polio), no termina de convencer a sus detractores. Necesitamos menos "ideología", es decir, circunstancias sociales, políticas y religiosas muy concretas (aunque es un argumento que puede sostener cualquier posición de manera ambigua) y una mayor evidencia empírica (que solo tiene un camino, el de la praxis científica).

La obra de Goldacre, de forma fundamentada, repasa los supuestos grandes riesgos que han supuesto ciertas vacunas, para evidenciar finalmente que fueron bulos inmediatamente propagados en una era donde la tecnología posibilita tal cosa sin que tuvieran con el tiempo un gran recorrido. Resulta imposible, es cierto, tener una seguridad al 100% de que no estamos siendo manipulados, o mejor, víctimas de una mala praxis médica (es algo más creíble que una conspiración de las multinacionales que contamina a la propia comunidad científica en sus creencias o, directamente, la compra); no obstante, la realidad parece que la vacunación ha prevenido en masa la muerte por enfermedades infecciosas, algo que parece compensar con creces unos supuestos efectos adversos no probados o producidos raramente. Por cierto, volviendo al caso del niño contagiado con difteria, una de las denuncias de la comunidad científica es que las personas contrarias a la vacunación suelen recurrir a ciertas terapias alternativas. Desgraciadamente, esas terapias se venden como inocuas y a veces resultan dramáticas si no recurrimos a una solución eficaz.