martes, 14 de agosto de 2018

Escepticismo y autocrítica

Como ya hemos dicho en otras ocasiones el mundo escéptico y crítico peca no pocas veces de cierta soberbia y, lo que es peor, realiza una lectura de la realidad más que simplista cuando trata de explicarse por qué la personas siguen acudiendo a tantas creencias y terapias seudocientíficas. Así, la explicación que suele darse es la ignorancia sobre cuestiones científicas, así como sobre la metodología para concluir si un conocimiento es o no verdadero.

Esto es así, solo en parte. Es cierto que existe ignorancia y pocas ganas de combatirla cuando, por determinados mecanismos, el ser humano se acoge a una creencia tantas veces adornada con terminología seudocientífica. No obstante, insistimos, es una lectura sesgada de la realidad; resulta mucho más interesante dar un paso más e indagar, precisamente para tratar de combatirlo de verdad y buscar mejores soluciones a los problemas humanos, en por qué las personas acaban confiando en este tipo de prácticas, si no creyendo de forma dogmática.

Los postulados en el mundo moderno heredados de la Ilustración, según los cuales el conocimiento verdadero nos hará libres, han demostrado no ser infalibles. No todo el mundo, sin que tenga necesariamente que ver la falta de inteligencia, es capaz de cambiar sus creencias si se le da la explicación verdadera. Por supuesto, seguiremos insistiendo en ello, pero no se puede tildar de ignorante simplemente al que no quiera adoptar ese conocimiento, que en realidad puede tener también mucho de creencia. Es cierto que para determinadas propuestas seudocientíficas, de base tremendamente simple, sigue siendo una herramienta eficaz simplemente aludir a las leyes de la termodinámica y evidenciar lo que en realidad dice la ciencia sobre, por ejemplo, la energía. Sin embargo, el asunto se vuelve más complejo cuando entran en juego otros factores.

También hemos insistido mucho en este blog sobre lo mucho que tiene que ver, desde el punto de vista del usuario, determinadas prácticas (como el caso de la medicina alternativa considerada no científica) con las antiguas creencias religiosas. En la actualidad, la religión está en evidente crisis; unas se repliegan en el odioso fundamentalismo y otras siguen existiendo a un nivel formal sin que ningún hijo de vecino sea capaz de llevar a la práctica sus anacrónicas, y tantas veces irracionales, propuestas. Las creencias religiosas persisten ya que, al igual que las de ciertas prácticas seudocientíficas, tienen una base emocional, que se alimenta con mucha seguridad de las carencias y del malestar existencial, por lo que el escepticismo y la crítica racionalista no tienen mucho que hacer.

Todos tenemos creencias, porque todos tenemos emociones, y porque necesitamos sobrevivir a diario con ciertos sesgos cognitivos; no somos robots programados para analizar meramente de forma lógica y racional. Es tremendamente saludable reconocer esto cuando, desde la práctica de la seudociencia, se nos critica por ser tan demoledores en nuestra crítica. Hay que matizar siempre que dicha crítica es meramente cognitiva, es decir, alude a un método adecuado de acceso al conocimiento; por supuesto, si el análisis es negativo llegamos a la consideración de una práctica como seudocientífica y, al mismo tiempo, denunciamos que se quiera buscar beneficio con las necesidades de las personas (es el caso de cualquier medicina cuyos postulados se hayan demostrado falsos).
Otra cuestión son las necesidades de las personas, tantas veces emocionales y, en no pocas ocasiones, agravadas con tremendos problemas de salud. Es algo que, desde el mundo escéptico y crítico, tenemos que comprender si "creemos" de verdad en los valores humanos y no solo en frías cuestiones científicas.

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