miércoles, 28 de enero de 2015

Actualidad del ateísmo en Bakunin

Dedicamos, de nuevo, una entrada al gran pensador Mijaíl y a su visión sobre Dios y la libertad humana; este blog está dedicado al librepensamiento y, en numerosas ocasiones, encontramos puntos en común fundamentales con el pensamiento libertario.

Resulta curiosa la evolución del gran fundador del anarquismo moderno, con permiso de Proudhon. De un idealismo temprano y de alguna que otra lucha nacionalista (Polonia, Italia...), pasará en su madurez a una dedicación plena al socialismo, al materialismo y al ateísmo. Solo cuando comprende que el nacionalismo acaba siendo una teología política, que una nación no es más que otra abstracción que acaba sometiendo al pueblo, abraza un antiteísmo convencido. En 1864, expresa su conocida afirmación: «Dios existe; por consiguiente el hombre es su esclavo. El hombre es libre; por lo tanto no hay Dios. ¡Escape quien pueda a este dilema!» A día de hoy, no se me ocurre una mejor argumento para ser ateo, al margen de disquisiciones científicas o racionales. Naturalmente, no es necesario aclarar el hecho de que los dioses (todos los dioses y el conjunto de las creencias sobrenaturales) son fantasías del ser humano, ficciones de origen sociohistórico. Ese es un punto de partida necesario, desde luego, pero la afirmación de Bakunin amplia una filosofía vital sobre la existencia humana refiriéndose a la dignidad del hombre, a la posibilidad de construir su libertad y desarrollar su racionalidad (inherente a su personalidad). Por lo tanto, la existencia o creencia en un Dios personal es incompatible con un ser humano libre y racional. Es tan sencillo, y tan complejo, como eso; cuando escuchamos esas paparruchas metafísicas que hablan de las necesidad de un poder que trascienda la capacidad humana, estamos ante un evidente fraude que precede a la fundación de una autoridad de cualquier tipo. El anarquismo y el ateísmo de Bakunin se producen, con lógica, de forma conjunta; se trata de la renuncia a toda teología religiosa y política, a la Iglesia y al Estado, ambas instituciones centralistas y trascendentes.

Da una idea de lo adelantado de este pensador, cuando en 1868, como parte del programa para la Liga para la Paz y la Libertad, de cuyo comité directivo formaba parte, afirma la necesidad, junto a un cambio radical en el sistema económico, de excluir la religión de la educación y de las instituciones públicas. En ese momento, su punto de vista era similar al de Marx: solo unos cambios radicales en la estructura social, una revolución, podría hacer superar la religión y toda creencia atávica que maniataba al ser humano. Bakunin se mostrará orgulloso de que la Internacional sea atea y materialista, ya que solo esa condición favorecerá la emancipación de la clase trabajadora. Antes de llegar a estas posturas, el pensamiento de Bakunin pasa por diversas etapas, hijo en cierto modo del tiempo que le tocó vivir; sin embargo, el materialismo y ateísmo de sus últimos años, junto a la formulación definitiva del anarquismo, son su auténtico legado hasta el punto que es lo que conocemos y apreciamos. De ser educado en un cristianismo ortodoxo, los estudios de Bakunin le irán haciendo más racional abrazando en su juventud el idealismo alemán sin que haya un sentimiento abiertamente antirreligioso. Más tarde, se fascinará por Kant, por un razón práctica que tampoco apartaba a Dios, para encontrar después una nueva fuente vital en Fichte, al que se puede calificar de panteísta ético; en cualquier caso, a estas alturas, el Dios personal del cristianismo se encuentra ya lejos. Es en 1837, con 24 años, cuando Bakunin se introduce en el complejo pensamiento de Hegel y va abandonando la exaltación del yo y la negación de la realidad objetiva propios de Fichte. Hay quien afirma que la filosofía hegeliana le marcará definitivamente, mientras otros han insistido en la raíces kantianas del pensamiento de Bakunin. Lo importante es que el Estado, en el que desemboca el pensamiento del Hegel, acaba siendo negado mientras que se afirma en Bakunin, y en el anarquismo, una filosofía de la libertad y la conciencia concretada en la solidaridad y en el apoyo mutuo en la sociedad.

Lo cierto también es que la evolución final hacia el ateísmo en Bakunin supone al mismo tiempo apostar por una sociedad sin clases y sin Estado. También acabará viendo a la religión, junto con Marx, como un reflejo ideal de lo real, un producto ideológico de las condiciones económicas reinantes en lo social. En este punto, se aprecian las influencias del materialismo histórico en Bakunin, según el cual no son las ideas y las creencias el motor de la historia, sino los hechos económicos. Sin embargo, Bakunin se mostrará mucho más flexible que Marx, ya que no verá nunca el materialismo histórico como una férrea filosofía de la historia y tampoco, necesariamente, un método infalible de interpretación histórica. La evolución posterior de la visión anarquista se hará todavía más flexible y hará más libre al hombre; los anarquistas no se arrodillan ante nada, ni siquiera ante la historia. De hecho, Bakunin llegará a reprochar a Marx su visión estrechamente monista, en el sentido de economicista, y de ahí que el anarquismo observe al Estado no como una superestructura, ya que es una institución con vida e influencia propias; del mismo modo, tal como refleja Rudolf Rocker en su monumental obra Nacionalismo y cultura, los anarquistas han observado siempre los diversos determinantes históricos, no siendo en absoluto reduccionistas. La historia de las religiones la terminará viendo Bakunin, en su madurez intelectual, como el desarrollo de la inteligencia y de la conciencia colectiva de los hombres; la influencia de Feuerbach quedará de manifiesto cuando afirme sin tapujos que la creencia religiosa ha supuesto el empobrecimiento del hombre y la naturaleza para enriquecer a Dios y a lo sobrenatural, aunque fuera en origen una posible necesidad histórica, un error en el desarrollo de la facultad humana. Al igual que Proudhon, Bakunin se acabará considerando no solo ateo, sino antiteísta, ya que se vincula la idea de Dios a la de la esclavitud humana. También hay que observar una actitud encomiablemente antiautoritaria, y lúcidamente premonitoria, cuando Bakunin se niega a derogar por decreto alguno los cultos públicos ni expulsar de ningún modo al clero: «si se ordena por decreto la abolición de los cultos y la expulsión de los sacerdotes, ya podéis estar seguros de que hasta los campesinos menos religiosos tomarán partido por el culto y por los sacerdotes, aunque más no sea por espíritu de contradicción y porque en todo hombre existe un sentimiento legítimo, natural (base de la libertad), que se subleva contra toda medida impuesta, aun cuando esta tenga por fin la libertad». Tal vez esta observación de Bakunin explique por qué se ha mantenido la práctica religiosa en aquellos regímenes que la han perseguido. Sin desechar la propaganda y la ilustración en el pueblo, solo cambios sociales profundos, la revolución social, desembocarían en un ateísmo, tal y como lo proclamó Bakunin.

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