sábado, 1 de noviembre de 2014

La Escuela Moderna de Francisco Ferrer

Hace más de un siglo, desde aquel 13 de octubre de 1909, que Francisco Ferrer fue asesinado por el Estado y, todavía hoy, su figura y su obra siguen siendo muy desconocidas. La Iglesia y la burguesía, atemorizadas por los hechos de la Semana Trágica, le señalaron como responsable y el poder político cumplió la sentencia. Su gran crimen sería ser un fomentador del pensamiento libre, iniciador en España de la enseñanza no confesional y un precursor del anarquismo moderno.

La Escuela Moderna fundada por Ferrer se convertiría en un verdadero centro intelectual a principios del siglo XX. Antes de ello, hubo precursores en España como demuestra que en 1889, en el Congreso Internacional de Librepensamiento, hubiera más de sesenta sociedades españolas. Odón de Buen, otra figura muy reivindicable de la España contemporánea, llegaría a decir que el principal objetivo del librepensamiento en España debía ser el desarrollo y la protección de una educación libre. Por lo tanto, la creación de la Escuela Moderna en 1901 se haría en un clima de cierto apoyo laico y librepensador, pero la reacción de la Iglesia y de los partidos sumisos al Estado no tardaría en llegar. Ferrer se esforzaría por recoger y unificar todos los esfuerzos previos y tratar de dar un impulso más sólido y coherente, con programas más claros y estudios rigurosos. Tal y como él mismo diría: "Educar al niño de modo que se desarrolle sin coacciones ideológicas, y publicar también los manuales escolares susceptibles de alcanzar este fin", por lo que también crearía una editorial como complemento a la escuela. Puede decirse que Ferrer tuvo dos grandes objetivos: otorgar a los críos una educación libre de todo prejuicio racial y clasista, y también desarrollar el espíritu racionalista de los ya adultos. Como se desprende de su obra, Ferrer no se limitaría a señalar los efectos devastadores de la desigualdad social, sino que dedicaría sus esfuerzos educativos y divulgadores a indagar en sus causas y combatirla de raíz, por lo que su pensamiento político y social hay que verlo como inseparable de su obra pedagógica.

Los boletines de la Escuela Moderna aparecieron en dos periodos: de octubre de 1901 a junio de 1906, interrumpidos por el encarcelamiento de Ferrer y el cierre de la Escuela, y de mayo de 1908  a julio 1909, de nuevo cortados por la entrada en prisión del fundador. La colección completa de estos boletines desapareció de las librerías y de la bibliotecas públicas. Sol Ferrer (Vida y obra de Francisco Ferrer, Barcelona, 1980) relata que, después de muchos años de búsqueda infructuosa, apareció finalmente gracias al hijo de un antiguo colaborador. En los boletines del primero periodo puede verse la preocupación de Ferrer por adaptarse, en el orden material e intelectual, a las exigencias de los progresos científicos (España era un país tremendamente atrasado en muchos aspectos): se resumen la actividades de la Escuela, sus progresos acompañados de estadísticas, las mejoras que se introdujeron, las conferencias para padres, adultos y alumnos, las reseñas de excursiones, los textos de composición de los alumnos (indicadores del espíritu de la escuela) y, finalmente, las correspondencia con alumnos de otros centros similares. Puede apreciarse en estos boletines la gran preocupación por la ciencia, como son las cuestiones de la evolución animal, el origen del mundo y de la vida o la formación de la tierra, sin pretender nunca dar respuestas definitivas para estar abierto a nuevas indagaciones. Las composiciones de los alumnos indican la orientación educativa que reciben, según la cual se llama a reflexionar sobre las cuestiones tradicionales para ampliar el horizonte sobre todos los problemas humanos y sociales. El propio Ferrer, en su introducción a Principios de Moral científica (dirigido al profesorado), explica cómo quería desarrollar el espíritu de observación y de crítica en sus alumnos, haciendo visibles ciertos hechos de orden social que habitualmente se pasaban por alto. Las cuestiones sociales son, como es evidente, primordiales en la Escuela Moderna, por lo que se denuncia la falta de calidad en la enseñanza pública, el hecho de que las clases humildes se vean empujados por ello a una educación de sus hijos que desaprueban y se conciencia fuertemente sobre la necesidad de reivindicar también las necesidades intelectuales. Curiosamente, algo que da una idea de lo avanzado y audaz de su pensamiento, en el Boletín del 28 de febrero de 1905 Ferrer responde al presidente de la Comisión en pro de la supresión de las corridas de toros, partiendo igualmente de lo inadmisible de la llamada "fiesta nacional": "Pero, dice, es más bárbaro y más salvaje aún admitir y defender a un régimen basado en la explotación del hombre por el hombre, que hace tan poco caso de la vida humana".


En 1907, Ferrer escribió La Escuela Moderna, publicado después de su muerte, libro donde confirma y precisa su pensamiento, además de mostrar lo que era y lo que se proponía con su escuela. Era necesario pensar de nuevo la educación, imbuir a las personas del pensamiento racional y científico para evitar que sigan encadenados a un orden social perverso. Tal y como estaba concebida en la sociedad, la educación era un instrumento adoctrinador por parte del Estado y anulador del espíritu crítico, de ahí que toda reforma estuviera condenada al fracaso. El objetivo de la Escuela Moderna será formar hombres aptos para evolucionar sin fin, capaces de renovar la sociedad y a ellos mismos. Por supuesto, como opuesta a la educación tradicional, la Escuela de Ferrer es atea y se inspira en un racionalismo científico que confía en el progreso y en un conocimiento sólido; puede decirse que la fe es substituida por confianza en el porvenir. La base de la educación es ejercitar en primer lugar el razonamiento y el pensamiento del niño, a lo que se añadirá posteriormente la formación de su personalidad; en ello, tomará parte importante la iniciativa del educando para desarrollar su sentido moral. De esta manera comienza el programa educativo de la Escuela Moderna: hacer de los niños personas veraces, justas y libres de cualquier prejuicio. Para ello, se insiste en dos medidas auténticamente revolucionarias para la época: en primer lugar, la coeducación de los sexos, algo necesario para acabar con los prejuicios entre sexos, para fomentar la toma de conciencia mutua de los caracteres que distinguen o complementan a unos u otros y para acabar con la herencia irracional de la Iglesia transmitida de generación a generación; en segundo lugar, a ojos de Ferrer resulta igualmente necesaria la coeducación entre clases sociales para atacar de raíz los prejuicios en ese sentido y preparar así el porvenir de unas nuevas generaciones, las cuales aprenderán en la escuela el valor y dignidad de la persona al margen de su condición. Al respecto de esta última medida, hay que decir que el proyecto de Ferrer no niega la lucha de clases, pero muy sabiamente no pretende resolverlas inmediatamente y se propone en primer lugar eliminar todo prejuicio necio al respecto

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