sábado, 19 de julio de 2014

Lo importante de un humanismo laico

En líneas generales, y sin entrar en disquisiciones filosóficas, cuando mencionamos el humanismo nos referimos a un ámbito de acción humana en el que es posible la racionalidad, el pensamiento crítico y un amplio horizonte para resolver los problemas humanos. Por ello, el empeño en la liberación de todo temor supersticioso e irracional y la confianza en el conocimiento y en la educación.

Si en el siglo XIX se pensaba que este avance científico acabaría, definitivamente, con la religión, hoy el dogmatismo creyente, aunque en retroceso, adquiere cíclicamente un nuevo vigor; a ello, hay que añadir la existencia de nuevos cultos y creencias basados en la sinrazón. No hay más que echar un vistazo a los medios y a la presencia en ellos, inadmisible e increíble, de multitud de seudociencias e insensateces: supuestos fenómenos síquicos, proyecciones astrales, clarividencia, curaciones por la fe… No hace falta mucho recorrido para ver extrapolaciones de la religión; autores religiosos, demasiado empeñados en el reduccionismo partidista, suelen afirmar que el ser humano, si le arrebatas la creencia en Dios (o en cualquier forma de Absoluto), acaba creyendo en cualquier cosa. Otros pensamos que la religión, junto a una notable tendencia a la enajenación y al papanatismo en las sociedades modernas, han dejado el terreno demasiado abonado para la superstición en cualquiera de sus formas. Gran parte de los seres humanos, en lugar de dejar el misterio y la imaginación para el arte o la literatura y de confiar en la ciencia para maravillarse sobre la existencia, acaban refundando religiones de lo paranormal o confían en seudociencias que trascienden el ámbito de la experiencia y de la naturaleza.

No obstante, es también evidente que el pensamiento crítico, ateo o agnóstico, humanista en definitiva, ha crecido notablemente en el último siglo. Es posible que todavía comprenda solo una minoría, ya que el pensamiento mágico y teísta persiste fuertemente adoptando diversas formas irracionales. Por supuesto, hay que insistir también en que la ausencia de creencia, la secularización, no es una garantía de racionalidad o de ética humanista; algunos ejemplos conocemos todos, aunque sí creo que una mayoría de ateos críticos confían en ese ámbito humanista (una palabra muy atractiva, a pesar de lo que nos digan los posmodernos). Alguna alternativa a ese pensamiento teísta, ha caído en nuevos e importantes dogmas, como es la confianza deshumanizada en el pensamiento científico (o, tal vez, seudocientífico); ideologías totalitarias son un ejemplo de esto, mientras que el capitalismo, aparentemente neutro, instrumentaliza el conocimiento y la técnica para beneficio de una minoría olvidando la más elemental ética humanista. Hoy, hay que ser muy crítico con esa confianza en el progreso según la cual un humanismo secular ocupará el lugar del pensamiento mágico aportando una notable felicidad a la humanidad; no, junto al ámbito intelectual, hay que combatir numerosos problemas sociales y económicos para, también, otorgar un mayor horizonte a los valores humanos (eso que puede llamarse una "espiritualidad" sin creencias mistéricas). La estadísticas suelen indicar un declive de las viejas formas religiosas, gracias al crecimiento de la educación y del conocimiento científico, pero hay que indagar en el por qué de la adopción de esas nuevas creencias. Los grupos ateos y librepensadores deberían atender, igualmente a estas evidencias. Podemos insistir en, y es bueno que así sea hasta cierto punto, en el escepticismo, en el pensamiento crítico, en la inteligencia y en cierto objetividad científica, pero hay que comprender las necesidades de las personas y los juegos de intersubjetividad que supone, también, la existencia humana. Por supuesto, el combate está también en el ámbito del intelecto, pero sin olvidar nunca los otros frentes y, especialmente, sin dejar de lado los más nobles rasgos humanos (de los que las religiones se han ocupado, tantas veces, para desvirtuarlos).

Dicho esto, también hay que comprender el gusto de gran parte de la gente por lo positivo frente a lo que sería un primer paso de negación para indagar y llegar a un punto más amplio. Esto hay que comprenderlo, también hasta cierto punto, como falta de tiempo para obtener información negativa: la actitud escéptica no ha tenido el tiempo suficiente para desarrollarse, mientras que la fe encuentra enseguida un campo óptimo; de esta manera, unida a las necesidades humanas, tal vez muchas de ellas de carácter superficial, explica la persistencia de la viejas creencias y de otras nuevas. A pesar de esa confianza, hace ya más de dos siglos, en que la religión acabaría desapareciendo o sería objeto de la disciplina antropológica, hay que seguir insistiendo en que la fe religiosa (insisto, en cualquier de sus formas, institucionalizada o con aspiraciones de serlo) encuentra un campo más fértil que las posiciones escépticas. Se ha avanzado algo, pero los medios deberían adoptar un juicio mucho más crítico sobre las religiones; difícilmente van a hacerlo, cuando el beneficio económico les hace presentar como admisibles todo suerte de creencias seudocientíficas y paranormales. Por otra parte, no hay que ser tan ingenuo como para creer que la gente abandonaría sus creencias simplemente estando expuestos a juicios críticos, pero al menos trataríamos de situarnos en igualdad de condiciones. Existen evidencias que demuestran la tendencia del ser humano a la credulidad, en incluso al autoengaño, mientras que también parece fuertemente arraigado el gusto por lo desconocido; de nuevo, pensadores religiosos nos insistirán en la necesidad del hombre por lo trascendental, mítico, profético o mesiánico. Es bueno, y muy propio también del librepensamiento, hacerse estas preguntas sobre la (supuesta) condición humana; tal vez, ese humanismo laico que deba substituir a la religión necesite de ciertos rasgos de las mismas (no digo, necesariamente, que así sea; particularmente, abomino del misterio y del drama existencial).

Lo que sí parece seguro es que ese humanismo opuesto a la religión, tal y como los propugnaban en los inicios del librepensamiento, necesita de mayor horizonte; por supuesto, se siguen demandando individuos autónomos, racionales y propensos a la libertad, pero hay que tratar de comprender qué es lo que obstaculiza el desarrollo para ese objetivo y se siga cayendo en viejas o nuevas creencias. Hay que comprender que no todo el mundo posee la misma disposición energética para una vida plenamente humanista; los problemas existenciales, de una forma u otra, acaban apareciendo. Gran parte de los seres humanos presenta una tendencia evidente a pasar la vida sin demasiado esfuerzo (dejo a un lado a los muchos que se ven obligados a sobrevivir, ya que me parecería miserable presentarles como objeto de este análisis); tal y como han señalado diversos autores, como es el caso de Erich Fromm, se trata de un escape para la razón y, también, para la libertad. No hay una respuesta definitiva para todas estas preguntas, que parece muy necesario plantearse, precisamente para que ese humanismo laico trate de mejorar en todo lo posible la existencia humana. En cualquier caso, la persistencia de numerosas formas de pensamiento mágico y religioso no es ninguna evidencia del fracaso del escepticismo crítico, sino de que el humanismo debe seguir ofreciendo numerosas alternativas. Es una tarea lenta y ardua, y no debe olvidarse que el primer frente es trabajar por la libertad de conciencia, combatiendo todo fanatismo e intolerancia, pero tratando al mismo tiempo de dar solución a los problemas sociales (humanos, en definitiva).

martes, 15 de julio de 2014

El fin de la fe

Otro conocido ateo, muy combativo, en la actualidad es Sam Harris. Su libro El fin de la fe, publicado en 2004, es un ataque feroz a la religión; es algo bastante admirable, especialmente en un país como Estados Unidos. Harris no se corta un pelo a la hora de atacar el pensamiento religioso, dirigiendo su crítica no solo al fundamentalismo, y proponiendo una auténtica revolución de la razón; en su opinión, las religiones moderadas no hacen más que allanar el camino al fundamentalismo al insistir en la tolerancia y el respeto a toda creencia religiosa sin importar las consecuencias. A finales de 2009, Harris adaptó y amplió algunos de sus argumentos en el ensayo que denominó "Un manifiesto ateo".

Un enfoque muy interesante de la obra de Harris es su confianza en que la moderación religiosa es un obstáculo para el progreso, también en cuestiones éticas y en todo lo que atañe a una comunidad más sólida, ya que se esfuerzan en relajar los estándares de adhesión a los antiguos tabúes y supersticiones y hacerlos más presentables. Harris considera que la verdadera cara del cristianismo o de la religión musulmana es el fundamentalismo. La pretensión de verdad de cualquier doctrina religiosa excluye cualquier otra posibilidad. Es necesario ser muy hostiles frente a aseveraciones de certeza no fundamentadas sobre pruebas y argumentos, algo intrínseco en las religiones, pero que también se produce en otros campos doctrinarios como la política y que explican los horrores cometidos por el nazimos y el estalinismo (que también podrían denominarse "religiones civiles").

Harris rechaza el término "agnosticismo" como poco útil y nada comprometido, más bien una actitud deshonesta a nivel intelectual. Si suspendemos el juicio sobre la existencia del Dios monoteísta, habría que hacerlo igualmente sobre cualquier otra creencia mítica, cuya inexistencia es igualmente indemostrable. Nadie demostró jamás que Zeus no existe, pero hoy nadie se atreve a usar su nombre en lugar del de Dios, palabra que es igual de extraña y representativa de un concepto vacuo. Las propuestas que suelen tener las religiones, poco o nada plausibles, son solo aceptadas por haberse introducido en la mente a través de infinidad de generaciones, se trata de la repetición acrítica de dogmas íntimamente vinculada con un programa masivo de autoengaño.

A pesar de lo dicho hasta ahora, Harris considera que los términos "ateo" y "ateísmo" no deberían usarse al haber acumulado demasiadas connotaciones negativas. Además, deberían ser palabras innecesarias al no existir denominaciones tampoco para los que no creen en seudociencias como la astrología o la alquimia. Debería ser suficiente con hablar de razón y de sentido común. Se trata de una confrontación entre ideas, dentro de la cual hay que librar multitud de frentes, y aquí Harris se muestra especialmente lúcido al no simplificar el problema de la fe irracional. El auténtico problema que plantean los ateos es el del dogma, del que toda religión participa en grado importante, y ninguna sociedad en la historia ha presentado traumas porque sus integrantes se volvieran más razonables. Hoy, más que nunca, el pensamiento religioso es puesto en entredicho al aportar más problemas que soluciones en lo que atañe a la salud y el bienestar de una comunidad; el ateísmo, que cada vez se incrementa más en el mundo, es perfectamente compatible con las aspiraciones más nobles de una sociedad civil.

sábado, 12 de julio de 2014

Osteopatía, holismo y autorregulación corpórea (si ellos lo dicen)

¿Qué diablos es la osteopatía? ¿En qué se diferencia de la fisioterapia? (un concepto que, a todas luces, parece más amplio) ¿Se trata, una vez más, de una medicina alternativa que encubre una mera seudociencia? No tenemos ni puñetera idea, la verdad, por lo que indaguemos en el asunto y tratemos de arrojar, seguramente de manera patética, algo de luz.

Para empezar, resulta algo sorprendente lo que dice la Real Academia de la Lengua: se trata, en medicina, de un "término general para las enfermedades óseas". No sabemos si la Rae va por un lado y la realidad, oficial o alternativa, por otro; sin embargo, a favor de la Academia hay que decir que etimológicamente la palabreja significa eso (la correcta sería, entonces, osteoterapia, creemos nosotros) y que se aclara que es terminología médica. Si acudimos a los profesionales de la misma osteopatía, aclaran que se trata de un "enfoque asistencial diferente" (uf), que pone especial énfasis en la estructura del individuo y en los problemas mecánicos que puedan aparecer en la misma. No aclaran mucho esas primeras palabras, pero parece que el fundador de la osteopatía consideraba que "la salud y el correcto funcionamiento del individuo dependen de la integridad estructural global del cuerpo". Nos encontramos aquí, en primer lugar, con un concepto que gusta sobremanera a nuestras amigas las terapias alternativas: holismo. Hay otro asunto, también propugnado por los profesionales de la osteopatía y es que se trata de una terapia complementaria con la medicina convencional (uf) o alopática (un uf todavía mayor). Para empezar, ¿por qué leches emplean tantos terapeutas alternativos el término "alopatía"?, ¿no se trataba de una denominación de la homeopatía para designar a todo lo contrario de lo que ellos propugnan? (es decir, el uso de remedios que producen efectos distintos a los síntomas que se quieren combatir) Ahora resulta que esté término, normalmente despectivo (e inexacto, ya que la medicina que ellos llama "convencional", y que solo podemos denominar "científica" si de verdad cura), lo usa todo quisque del mundo alternativo sea o no homeópata (tenemos la teoría que este tipo de terapias "no oficiales" generan cierta ósmosis de manera obvia e irritante).

Olvidemos del antagonismo homeopatía/alopatía, de momento, algo más bien falaz a nuestro modo de ver las cosas, y continuemos con la osteopatía. Ya podemos concluir uno de los rasgos fundamentales de esta terapia, el holismo, es decir, el observar al paciente como un todo en el que se funden la mente, el cuerpo y, ¡ojo!, el espíritu (sea lo que sea lo que signifique eso); también, implica que no pueda observarse cada parte del cuerpo como independiente, ya que cada una trabajaría por el benefiico de la totalidad; aquí, llegamos a ciertos mecanismos de unión entre las diversas partes, que ya resultan algo cuestionables (busquen ustedes sobre una tejido conectivo denominado "fascia"). Lo que hace la osteopatía es ayudar a reequilibrar el organismo centrándose en la estructura y mejorando, así, el funcionamiento del cuerpo; parece que estos terapeutas trabajan, sobre todo, con tejidos y fluidos corporales. Hasta ahora, no nos hemos aclarado mucho, seguramente porque somos bastante botarates, aunque ciertos conceptos han disparado algunas alarmas, de esas que nos gustan tanto oír a los criticones; además del holismo, de considerar el cuerpo como una unidad, suelen hablar de cuestiones ambiguas como la autorregulación de cuerpo y su capacidad para defenderse y sanarse (no decimos que sea totalmente falso, solo que es algo ambiguo y cuestionable en según qué terapias). Entiendo que seguimos sin aclararnos, y por supuesto sin aclarar a nadie, por lo que proponemos volver a una de las primeras cuestiones de este texto: ¿por qué no es la osteopatía, si funciona de verdad, una parte de la fisioterapia? Puede que seamos demasiado obtusos, pero parece lo razonable; sin embargo, es posible darle la vuelta al asunto, tal vez esta terapia se ha visto encubierta más de una vez debido a la fisioterapia hasta el punto de confundirse una con la otra.

Tenemos la sospecha, y así parecen confirmarlo algunas definiciones, de que estamos de nuevo ante algo más cercano a una "creencia" y menos ante algo científicamente verificado. El fundador de la osteopatía, Andrew Taylor Still, según la propaganda oficial de estos terapeutas, "se basó en que las enfermedades son debidas a una alteración de la estructura del órgano, músculo, hueso u otros tejidos" (estamos hablando de finales del siglo XVIII). Con todos los respetos, esa manera de hablar del asunto revela más bien a un iluminado, descubridor de algo demasiado grande y genérico, y no a un científico basándose en pruebas muy concretas que evidencian la base del asunto (como son, sin más que rascar, los científicos). Si alguien tiene pruebas concluyentes de que este descubrimiento de hace más de dos siglos es cierto, y de nuevo nos encontremos ante una ocultación deliberada, por favor, que nos lo haga ver. Los principios de la osteopatía (varia a veces el número según la fuente a la que acudamos) son, como hemos dicho, bastante ambiguos, juegan con algunas verdades, otras a medias y, en algunos casos, se les ve el plumero con la terminología "espiritual" habitual en las terapias alternativas.

Dicho esto, y esperando que nadie, de momento, se haya brotado de manera irracional (no es nuestro cometido ni nuestro deseo provocar tal cosa), aclaremos algunas cosas (por otra parte, aplicables a otras terapias alternativas). Es cierto, al parecer, que la osteopatía está admitida de manera oficial en algunos países (aunque la inquina es tan grande, a veces, contra los sistemas establecidos, que no sabemos si considerarlo eso bueno; es decir, al margen de lo científico que demuestra su funcionamiento, si hay intereses y manipulación, lo hay en lo oficial y en lo alternativo, por supuesto y no distinguimos según esa lógica cuando un título homologado legitima para ejercer algo, preferimos acudir a la evidencia); es cierto, también, que todos conocemos a alguien que le funcionan este tipo de terapias (supuestamente) seudocientíficas y del porqué ocurre también hemos tratado en este blog (entendiendo, a nuestro modesto parecer, que puede ser por algo ajeno a la propia eficacia de la terapia). Por último, es posible que muchos osteópatas ejerzan su profesión de manera honesta, dejando a un lado los conceptos más cuestionables de la terapia, esos principios espirituales ya añejos, y aplicando lo más practico, como por ejemplo estirando músculos y tendones para mejorar la salud; de acuerdo, pero volvemos a lo mismo, ¿se diferencian entonces de un fisioterapeuta? Seguiremos indagando.

Algunas fuentes de información, a favor y en contra de la osteopatía, infinitamente más aclaratorias que la entrada de este blog:
Entrada en Wikipedia.
Registro de los Osteópatas de España.
"Fisioterapia y osteopatía: Separando el grano de la paja".
"¿Es la osteopatía una pseudociencia?"

martes, 1 de julio de 2014

Ateísmo, ética y moral

Aunque no pocas veces las confundimos, "moral" y "ética" no tienen el mismo significado. Moral viene del latín, mos, mores, que significa "costumbre"; es decir, alude a los hábitos y comportamientos de los seres humanos y podría definirse como el conjunto de normas de conducta que se consideran válidas para gran parte de un población. Ética viene del griego ethos, y puede definirse como la reflexión acerca de por qué es válida una moral. De ese modo, la ética es una disciplina filosófica que estudia los fundamentos de la moral.

Como hemos dicho antes, solemos confundir ambos términos y los convertimos en, prácticamente, intercambiables. La moral nace con la vida social, ya que los seres humanos buscaron unas normas uniformes para ajustar sus conductas y convertir la convivencia en más o menos previsible. Si la moralidad alude a la distinción entre el bien y el mal, esta concepción ha cambiado a lo largo de la historia según las aspiraciones y capacidad de una determinada sociedad. Así, el bien coincide con lo que garantiza la estabilidad y el progreso de una sociedad concreta, mientras que lo que genere enfrentamiento e imposibilite la convivencia será considerado malo. En gran medida, la moralidad es un producto de la sociedad y el individuo acaba interiorizando unos determinados valores estimulando su propia conciencia acerca de lo que es bueno o malo. A lo largo de la historia, las concepciones morales se han ido transformando e incluso existen tantas como sociedades se han creado. Uno de los grandes mitos de las religiones es que exista un moral vinculada a la divinidad y que el ser humano posee una naturaleza ahistórica; así, se mantiene la idea de una ética objetiva no afectada por el paso del tiempo. Habitualmente, la idea de una moral universal y permanente suele coincidir con la de las sociedades del momento, algo que busca la estabilidad mediante el conservadurismo y la tranquilidad existencial; es decir, lo mismo que aportan las religiones: fantasía e ilusión. Sin ánimo de ser categóricos, ya que la mentalidad humana se muestra tantas veces de una complejidad irreducible, son necesarios los cambios en la estructuras socioeconómicas para que se transformen también los valores y la forma de pensar.

Todas las concepciones de las religiones sobre la moralidad son explicables de un modo muy terrenal y humano. Viene al caso el ejemplo usual de la moral sexual, tan restrictiva y reduccionista para la mayoría de las religiones, aunque con visiones diversas al respecto. Como es lógico, la sexualidad humana ha pivotado a lo largo de la historia entre dos extremos: la necesidad de la reproducción y el principio del placer. Es sabido que el cristianismo ha privilegiado siempre la concepción, mientras que de forma curiosa el islam buscó un equilibrio entre ambos polos, aunque siempre primando la sexualidad femenina frente a la femenina. No hace falta ser demasiado progresista, ni tener excesivo sentido común, para ver la sexualidad como una forma de afectividad o de placer carnal, mientras que la reproducción resulta otra cuestión bien diferenciada. La religión no es el único factor que ha conducido a mentalidades y sociedades represivas, por lo que no es bueno tampoco simplificar y jugar a qué hubiera pasado con otro tipo de evolución histórica. Para bien y para mal, el resultado de la historia se ha producido de esta manera, no sabemos qué hubiera sido de no haber aparecido el cristianismo, por mucho que nos gusten algunos aspectos de la Antigua Grecia. Lo importante es comprender que, en gran medida, somos el resultado de unos determinados roles sociales asignados; la historia se modifica, las sociedades cambian y, por lo tanto, la moralidad es susceptible de perfección. Antes de que se produjeran las revoluciones modernas, las religiones se adaptaban perfectamente a la situación social; existía todo un discurso que justificaba las desigualdades sociales, que coincidía con el statu quo, por lo que parecía muy coherente y lógico para una mayoría de la población. Estamos ante uno de los grandes argumentos contra la religión, su resistencia al cambio u oposición directa en tantos casos. Es lógico que así sea, ya que el último espacio de poder que las iglesias tienen es la conciencia moral de cada uno de sus fieles.

Sin embargo, aunque dicho de un modo elemental, existe un enfrentamiento entre dos concepciones de la moral, la absolutista (propia de las religiones) y la relativista (a la que se suele aludir de manera unidimensional, ya que no se aportan matices ni posibilidad de reflexión), pero la realidad suele ser muy diferente. En la práctica, las visiones religiosas, basadas en dogmas y en verdades reveladas, están llenas de profundas contradicciones. Si en tantos momentos se quiere defender la vida humana, por ser un don divino, en no pocas ocasiones se transgrede ese dogma en carne propia o ajena. El caso de la moral sexual y los absurdos ideales ascéticos es otro ejemplo; la triste experiencia nos demuestra que la castidad no es más que una aberración restrictiva. En la realidad, se confirma que la moralidad posee una naturaleza muy humana y relativa, ya que según las circunstancias se favorece un comportamiento u otro. Es más, son las visiones absolutistas, por mucho que invoquen a la moral, las que dan lugar a más problemas, ya que todo acaba estando permitido en aras de un ideal trascendente. La historia nos da muchos ejemplos al respecto; no han sido únicamente las religiones las que han causado sistemas represivos y toda clase de genocidios, pero en cualquier caso se producen en nombre de doctrinas que trascienden el ámbito humano (por lo que pueden verse también como ideas religiosas secularizadas, y no tanto como ausencia de religiosidad). Los líderes religiosos nos advierten una y otra vez sobre los problemas que ocasiona la falta de fe, cuando la realidad apunta hacia todo lo contrario: es la creencia absurda la que da lugar a numerosos problemas y terribles comportamientos. Existen muchos motivos muy humanos que explican las creencias religiosas, es algo en lo que insistiremos con fuerza; nuestra manera de mostrarnos combativos con ellas, en aras del progreso, es dejándolos en evidencia.

Siendo un hecho la inconsistencia de la moralidad y de las éticas religiosas, no poseen ya mucho que aportar sobre la vida social y el desarrollo del ser humano. Aunque existen otros factores explicativos, la existencia de las estructuras religiosas se comprende también por causas socioeconómicas; resulta cuestionable, en cualquier caso, lo que han aportado a la historia de la moralidad, pero lo más importante es que son ya explícitamente un estorbo para el progreso, el bienestar y la justicia social. Naturalmente, no son el único problema, por lo que se insiste una y otra vez en lo necesario de esa moral hipócrita y proteccionista. No existen la moral y la ética religiosas, lo que mismo que resulta francamente cuestionable ponerle otro apelativo, todo nuestro comportamiento se muestra condicionado por la realidad social. Aunque existe gente con la fortaleza intelectual suficiente para escapar a la presión ambiental, tantas veces son fuerzas externas, y no necesariamente coercitivas, las que rigen nuestras vidas. Comprendido esto, hay que insistir siempre en la verificación empírica para interpretar el mundo y la sociedad, siempre en permanente revisión, ya que no existen verdades eternas ni trascendentes. No sé si puede hablarse de una ética atea, tal vez la condición de "anarquista" sea mucho más completa y coherente (no gobernable, basada en la autonomía individual y la solidaridad en la vida social), pero lo que debe estar claro es lo pernicioso de las leyes por encima de la sociedad (políticas o religiosas). En cualquier caso, este texto se ocupaba del ateísmo, una condición positiva que asociamos inmediatamente a una visión progresista en todos los ámbitos. Obviamente, habrá ateos de muy diversas condición, pero con coherencia debería ser una postura más proclive a combatir los atrasos económicos, tantas veces caldo de cultivo del dogmatismo, y a favorecer todo lo que sea una vida feliz. Otro asunto son las anhelos, miedos y fantasías que se encuentran detrás de las religiones; al menos decir que una postura atea debería también aceptar la realidad tal y como es, incluida la finitud de la existencia humana o, precisamente por ello, surgen posturas morales muchos más abiertas y comprensibles.