sábado, 31 de mayo de 2014

Las combatibles certezas

Con todos los matices que se quiera, y nos parece adecuado entrar en una confrontación de ideas al respecto (a un nivel humano, que de eso se trata), la visión libertaria y librepensadora considera que las creencias religiosas (y otras formas de fe) son un claro obstáculo para toda autonomía social e individual. 

Desgraciadamente, los efectos de la religiosidad institucionalizada continúa siendo una triste realidad, los fundamentalismos son la amenaza real de las distintas confesiones. Aunque, socialmente, el apoyo que las personas dan a su supuesta confesión religiosa es muy relativa, la Iglesia sigue jugando con los datos de una sociedad presuntamente católica en aras de conservar privilegios. A pesar de las acusaciones habituales por parte del clero, de lo que ellos denominan "laicismo agresivo", no hay un análisis político y social efectivo sobre el papel de la Iglesia Católica. La crisis, no solo económica, también intelectual y de valores, que sufrimos hace que vivamos de pobre tópicos sobre el "peligro único" del fundamentalismo islámico, cuando seguimos tolerando el poder de una institución eclesiástica en un supuesto Estado aconfesional. No hay voces que trasciendan el conformismo, con gloriosas excepciones, claro está, para alertar sobre el peligro de las certezas religiosas.

Porque, a pesar de lo que probablementee piensan muchas personas, este debate no es secundario. El perfeccionamiento moral e intelectual, negando a cualquier institución jerarquizada que se arrogue toda pretensión de verdad, es probablemente una cuestión más importante que nunca. A pesar de que parezca propio de un nivel preescolar, todavía se sigue manteniendo que los valores están íntimamente a una formación religiosa, incluso por muchos que consideran insostenibles ciertos dogmas. Recordaremos, una vez más, que las mayores barbaridades a lo largo de la historia se han hecho en nombre de fanatismos (religiosos y políticos), es decir, apelando a una idea trascendente. Muchos considerarán perfectamente disociable la creencia religiosa y el fundamentalismo, pero tal vez la diferencia sea solo de grado. Por otra parte, en este análisis sobre la situación de la religión en el siglo XXI hay un arma de doble filo: por una parte, se nos acusa a los ateos y anticlericales (una palabra a la que no hay que tener ningún miedo, aunque sea bueno siempre extender la visión cuando se emplea) de algo así como antiguos (decimonónicos); sin embargo, esa pobre alusión oculta un análisis en el que la visión de Marx (y otros) nos sigue pareciendo muy válida, millones de personas en el Tercer Mundo siguen aferrándose a la creencia religiosa ante el horror que sufren en su vida terrenal (el famoso "opio del pueblo" de Marx se refería a esto, al consuelo que otorga la religión). Jugar con esos datos a nivel mundial, cuando tantas personas se encuentran en la miseria, y cuando se puede establecer una vinculación entre la realidad social y la creencia religiosa, es, cuanto menos, mezquino. Son reflexiones que lanzamos sobre los elementos (supuestamente) positivos de la religión, pero que olvidan otros factores importantes.

Otra discusión recurrente que solemos tener es cuando se vincula la religión con lo social y político. En otras palabras, con una cuestión de poder. Es difícil relegar la religiosidad a una cuestión de conciencia individual, cuando precisamente son las instituciones eclesiásticas las que han combatido siempre toda libertad al respecto. A estas alturas, solo podemos observar la posibilidad del florecimiento social gracias al arrinconamiento continuo del poder religioso (aunque, naturalmente, tengamos que tener en cuenta la existencia de otros poderes coercitivos de similar cometido). Frente a toda la retórica, más o menos explícita, que manifiestan las autoridades religiosas, se impone una idea con fuerza: las certezas religiosas son un peligro para las libertades humanas. Naturalmente, esta crítica abre la veda para otros tópicos, como es el caso de las acusaciones de relativismo. Precisamente, los partidarios del absolutismo pretenden alertar sobre esta cuestión; frente a ellos, la defensa de un relativismo que sirva para fortalecer los valores humanos. Conceptos asociados a la religión, como es el caso de milenarismo, mesianismo, dogmas, evangelio o revelación son, y solo nombrándolos ya lo podemos apreciar, insostenibles en una sociedad plural y abierta al conocimiento. Todos estos conceptos más o menos arcaicos hacen ver, en nuestra opinión, que la religiosidad nos es relegable a lo privado, que incluso la idea de "salvación" tiene aspiraciones sociales, y que todo ello resulta indisociable de las pretensiones de poder de la estructuras eclesiales.

martes, 27 de mayo de 2014

Querido creyente…

El pasado viernes, 23 de mayo, el diario El País, publicó un extenso artículo de opinión llamado "Queridos ateos…". En dicho texto, plagado de lugares comunes (como, inevitablemente, hacemos tantas veces los ateos) se incurría en una serie de argumentos y suposiciones, las cuales suscitaron que enviara una carta a dicho periódico; el siguiente texto es una versión ampliada de la misma.

Querido creyente…
Antes de nada, dejar claro que tenemos mucho en común; un proyecto de respeto mutuo entre ateos y creyentes no es patrimonio, ni de unos, ni de otros. No obstante, el respeto se tiene a las personas, no a sus ideas y creencias; todas, repito, todas las ideas son susceptibles de crítica en nombre de la libertad de expresión, si de verdad creemos en el progreso, y la constante apelación que realizan algunos al respeto por sus creencias no parece encubrir más que un miedo a un debate intelectual en igualdad de condiciones. Ser o no creyente no implica ser más inteligente, a pesar de lo que creen algunos, ni más guapo ni, por supuesto, ser mejor o peor persona, algo esto último en lo que sí suelen insistir muchos creyentes, todavía a día de hoy, que solo conciben los valores humanos a través de una instancia trascendente; si hablamos de un ateísmo, y no tenemos ningún miedo a adjetivarlo así, aludiendo por supuesto al terreno de las ideas, la diferencia estriba en que, algunos, consideramos que el ateísmo (hay otros nombres de carácter positivo, ya que no se trata de una simple negación de una creencia: humanismo laico o naturalismo) coloca en mejor disposición a la persona para su desarrollo, para indagar y profundizar en los problemas humanos (por supuesto, algo tan cuestionable y digno de debate como cualquier creencia, aunque nos esforcemos en buscar evidencias). Claro que la creencia religiosa es un sentimiento, muy probablemente originado en la aflicción, como dijo el clásico; nadie debe arrebatar sus sentimientos al prójimo, por supuesto, pero sí queremos combatir las miserias del mundo y poner a prueba, de paso, esa peculiar y pertinaz creencia religiosa, que tantas veces vemos identificada con una posición conservadora en la vida (sí, sabemos que es probablemente una simplificación excesiva). Tenemos también en común, amigo creyente, considerar que la posición científica correcta respecto a la creencia en Dios es, por supuesto, el agnosticismo. Dios no es una hipótesis falsable, es decir, no puede demostrarse que no sea cierta; tampoco lo es la famosa tetera del agudo y lúcido Bertrand Russell, no hace falta decir más respecto a este campo. Al margen del ámbito científico, la posición agnóstica, que en numerosas ocasiones se nos espeta como la más sensata si no se tiene creencia alguna, se me antoja algo peculiar; ¿hay que serlo respecto a cualquier fantasía sobrenatural generada por el ser humano o solo ante el monoteísmo? Parafraseando a cierto autor, todos los creyentes son ateos respecto a la mayor parte de fantasías religiosas; solo necesitan dar un paso más, cuestionar la cultura en la que se han formado y, tal vez, ser totalmente coherentes a nivel intelectual (puede que en otros terrenos también). Llegamos ahí a un punto clave para un debate, a nuestro juicio, importantísimo; ¿no es el teísmo, la verdadera creencia, frente a un ambiguo deísmo? Me quedo sin espacio para desarrollar tantos conceptos. Para terminar, algo ya señalado por otras personas en lo que instiremos aunque no tarden, de nuevo, en acusarnos de irrespetuosos; el verdadero debate no es si Dios existe, sino si la religión es o no necesaria a principios del siglo XXI.

martes, 6 de mayo de 2014

La fortaleza humana y espiritual

Si echamos un vistazo a los significados de "Espíritu", vemos que, al margen de todas las connotaciones religiosas (que son bastantes), también es sinónimo de ánimo o valor; a nivel colectivo, también significa un principio o carácter de algo (una ley, una época, una corriente artística)… Así, el lenguaje es una consecuencia de la vida en todos los ámbitos, por lo que no es tarea fácil no identificar un término con el espíritu imperante en un periodo histórico. Quedémonos con la acepción más general de la palabra espíritu, ese vigor o valentía también en el terreno moral, por lo que de ninguna manera podemos aceptar su reducción a un significado religioso o sobrenatural.

Ser espiritual puede ser también ser apasionado y valiente en muchos sentidos; para el caso que nos ocupa, en un sentido verdaderamente humano y social. Cuando alguien se refiere simplemente, con espíritu y espiritual, al reino de lo sobrenatural, señalaremos su error; no solo eso, sino la profunda distorsión que consideramos que significa aludir a lo fantasioso para ocuparse de lo terrenal. Curiosamente, existe todavía otro derivado de la palabra espíritu; se trata de las llamadas bebidas espirituosas, las que contienen un cierto grado de alcohol, y se llaman así por considerarse que elevan el espíritu. Sin ánimo de ser excesivamente moralista, no es fácil evitar acordarse de una frase del anarquista Bakunin: "El pueblo solo tiene tres caminos para librarse de su triste suerte: los dos primeros son los de la taberna y la iglesia; el tercero es el de la revolución social". No está nada mal utilizar como argumento que, en aras del fortalecimiento de la conciencia (lo que podemos llamar también espiritualidad), rechazamos en primer lugar los delirios espirituales y espirituosos.

Como ya hemos mencionado anteriormente, se suele confundir demasiado la espiritualidad con la religión. Desde nuestro punto de vista, considerando la religión perniciosa (por identificarse, entre otras cosas, con el dogma y con el inmovilismo), defendemos un concepto muy diferente de la espiritualidad. Aclararé, a pesar de dedicar ya mucho texto al asunto, que yo mismo no me termino de acostumbrar al término; no obstante, merece la pena el esfuerzo. Consideramos que la espiritualidad pertenece por entero al ámbito humano; dejaremos por el momento a un lado a los animales, aunque sin establecer la rígida separación entre el ser humano y el resto de especies (algo, por cierto, muy propio del egocentrismo religioso). Espiritualidad es profundizar en los asuntos humanos, realizarse preguntas, lo cual no significa caer en respuestas delirantes. De nuevo, parafraseamos a Bakunin: "Yo no pongo nombre a mi ignorancia, lo coloca en un altar y lo llamo Dios" (póngase aquí el concepto que se quiera, para no aludir solo críticamente al monoteísmo). La espiritualidad que nos ocupa, por lo tanto, es una actitud radical ante la vida, dejar a un lado lo superficial y lo meramente técnico; es el desarrollo de la conciencia, tanto hacia el exterior como hacia el interior de uno mismo, aunque abandonando todo misticismo (y entiendo, por supuesto, que los sentimientos de cada persona varían en relación a este concepto). Espiritualidad es también cierta comunión con la naturaleza, por lo que inevitablemente hay que tener en cuenta al conjunto de la humanidad e incluso a las otras especies; rechazamos así los sectarismos propios de los nacionalismos y las religiones. Como espero que se esté entendiendo a estas alturas, nuestro extenso y humano concepto de espiritualidad comprende, tanto la naturaleza como el arte, la literatura o cualquier creación humana que trate de elevar los sentidos; igualmente, forman un componente primordial los sentimientos más nobles de fraternidad y de respeto a la vida.

Frente a las prácticas y rituales propios de la religión, y que tantas personas identifican con formas espirituales, defendemos aquí una determinada forma de pensar, de sentir y de actuar. No decimos que cierta dosis de fe no sea importante, pero reclamamos una muy diferente; mencionamos ahora a otro anarquista, Errico Malatesta, cuando consideraba un sentido de la fe, no como una creencia ciega enfocada en el absurdo y la incomprensión, sino como una potente mezcla de voluntad y esperanza en un mundo mejor. Una bella concepción de la espiritualidad. Consideramos estéril confundir la fe con creencias religiosas, las cuales ocupan no pocas veces parte considerable de la filosofía en una tarea más que cuestionable. Si, con cierta asiduidad, la religión y la ciencia se han mostrado enfrentadas (a veces, de modo caricaturesco para vergüenza de la religión, aunque no es siempre sea el caso), la espiritualidad que nos ocupa no puede ser ajena al conocimiento; si, como ya hemos dicho, la vida y la filosofía no es reducible al pensamiento científico, éste es un factor primordial a tener en cuenta en aras de las explicaciones causales. Traemos ahora a colación una frase de Kant: "La ciencia es la organización del conocimiento, pero la sabiduría es la organización de la vida". La espiritualidad que reclamamos tiene mucho que ver con la ciencia y, especialmente, con la sabiduría.

La espiritualidad que estamos teorizando, de manera amplia y potente, debe ser constantemente puesta a prueba con los hechos. Solo a través de la práctica pueden demostrarse los más nobles valores y sentimientos humanos; dejando a un lado un mundo frívolo, es necesario el desarrollo espiritual mediante la repetición de actos nobles en el quehacer humano; esta actitud y esta práctica, como es sabido y resulta lógico, acaba repercutiendo también en la conciencia y en los sentimientos. No estamos hablando de ingenuidad ni de una bondad aparente, ya que consideramos que es necesaria esa constante profundización en los asuntos humanos para una actuación racional y ética (dos herramientas esenciales para nuestro concepto de la espiritualidad); existen personas con mejor o peor intención, mediocres o brillantes, pero esas capacidades existen en potencia en la condición humana; el desarrollo de su "espiritualidad" dependerá entonces de ellos junto a una serie de factores ambientales (no lo dejemos nunca de lado). En cualquier caso, la espiritualidad no está restringida a unos pocos, tal y como se han empeñado las religiones con sus santos y gurús; a propósito de esto, nada tiene que ver la espiritualidad con la renuncia a los placeres terrenales, con el ascetismo o con el aislamiento. Más bien, el disfrute de la vida, también en sociedad, es condición indispensable para todo desarrollo espiritual; otro motivo para oponerse a ciertas creencias. La espiritualidad no es, ni más ni menos, el intento de mejorar a nivel personal y de hacerlo también con el entorno social.
A pesar de todo el contenido que hemos pretendido dar a nuestro concepto de espiritualidad, todavía hay que señalar su uso por demasiado farsante; del mismo modo, el deseo de asociar el término a los más bellos sentimientos humanos no quita que tantas veces se vincule con el mero sentimentalismo más bien vacío de contenido. Es necesario, por lo tanto, tratar de otorgar ese contenido a la espiritualidad, identificado en suma con un potente humanismo racional y secular; todo ello para evitar que las personas, frente a un mundo político y socioeconómico pobre, frívolo y egoísta, caigan en las más absurdas creencias espirituales.

sábado, 3 de mayo de 2014

¡Ay, la quiropráctica!

La quiropráctica, de nuevo una medicina "alternativa", reúne algunos de los tópicos de este tipo de terapias como son la (supuesta) capacidad del cuerpo para curarse por sí mismo y una visión global del mismo y de sus funciones (especialmente, en el caso que nos ocupa, la columna vertebral).

Las "armas" del quiropráctico
Lo que realizan estos quiroprácticos es una manipulación vertebral o "ajuste" con sus manos. Parece ser que el inventor fue un tal David Daniel Palmer, alrededor del año 1885, cuando este hombre corrigió la vértebra de una persona que había perdido la audición en un accidente y, ¡ya pueden imaginarse ustedes!, el milagro se produjo; los estudios de Palmer sobre la relación entre la columna vertebral, el sistema nervioso y sus efectos en todo el cuerpo le llevaron, en consonancia con teorías vitalistas de la época, a asegurar que existe una especie de inteligencia innata en el cuerpo humano que controla las funciones del mismo (a partir de aquí, se sucederá cierta terminología esotérica de lo más cuestionable). Los expertos aseguran que la quiropráctica ha evolucionado, desde los estudios de Palmer, y ha sabido incorporarar los avances más modernos de la medicina científica (no lo digo yo, ojo, lo dicen los "expertos").  De nuevo nos encontramos con una terapia "complementaria" o "alternativa", parece ser que reconocida de algunos países, pero que no ha acabado de incorporarse a una visión amplia de la medicina (que solo podemos denominar "científica", es decir, que se ha demostrado de verdad que funciona). No ahondaremos en la formación de estos terapeutas, ni en el reconocimiento que ha dado a esta práctica la legislación de algunos países, para ello hay ya abundante información en la red (aunque, ojo, en este mundo en que vivimos la manipulación informativa no es demasiado complicada). Abundaremos, ¡como no!, en nuestro gusto por el escepticismo y la crítica, esta vez fortalecidos por cierta experiencia personal del que suscribe.

Los quiroprácticos emplean un término llamado subluxación, desplazamiento de una articulación que supone toda suerte de trastornos y que estos terapeutas alternativos se encargarían de corregir. Pues bien, los detractores de esta práctica niegan evidencia científica alguna sobre este concepto de subluxación, así como del efecto beneficioso que conlleva la manipulación de la columna que realizan los quiroprácticos; es más, al contrario que en otras terapias, se ha advertido sobre posibles efectos perjudiciales de tanta manipulación (y, perdonen ustedes la obviedad, no solo física), especialmente de la cervical. Los defensores de la quiropráctica, en un alarde de extrema originalidad, aseguran que tanta controversia solo es producto de los muchos intereses comerciales que existen en el mundo de la medicina. No queremos nosotros dar un veredicto definitivo sobre práctica alguna, ya que sobrepasa nuestra capacidad (en gran medida por eso somos escépticos, la ignorancia no nos introduce en la creencia, ¡nosotros somos así!), pero sí señalar cosas en las que ya hemos insistido: que toda terapia, si de verdad funciona, debe ser incorporada a una visión amplia de la medicina científica y que, por supuesto, existen demasiados intereses y demasiada manipulación en el mundo de la salud (también en el mundo "alternativo"), pero que eso no legitima cualquier teoría no validada más allá del consuelo y del efecto placebo.

Mencionaré ahora cierta experiencia personal, en la clínica madrileña de un conocido quiroprático, ya que los niveles de surrealismo dispararon todas las alarmas escépticas con alguna que otra indignación añadida. Incluso, hizo demostraciones de escasos segundos en los que, supuestamente, manipulaba ciertas vértebras de "voluntarios" corrigiendo no sabemos muy bien qué desajuste. Se trataba de una presentación, en la más patética tradición de la charlatanería que todos hemos visto en películas antiguas, de la terapia de marras. Lo peor no era el tono, con frecuencia pueril y a ratos irrisorio, con el que se dirigía a personas que están deseando, obviamente, encontrar un remedio milagroso para sus dolencias. Lo grave, y digno de denuncia, es afirmar que puede curar el cáncer (sí, lo dijo, aunque luego matizó cuando pedí que lo repitiera y la cosa quedó en algo ambiguo). No sé si preparado o no, cuando aún no había acabado la presentación, empezó un desfile de pacientes que hablaban de forma somera, de los beneficios de la terapia.

Personas que han iniciado la terapia en este clínica madrileña han confirmado la vergüenza ajena que sufrimos en aquella presentación; una especie de sala de espera con un mostrador de recepción frente a una pantalla donde se emiten imágenes de… ¡la Pantera Rosa! (aunque no vivimos esto en la presentación, es muy creíble, ya que en la propaganda impresa de la clínica, efectivamente y no me pregunten por qué, utilizan imágenes de este icono popular). Otra sala más grande, con multitud de camillas, en los que el amigo terapeuta manipula raudo y veloz a los pacientes con una especie de pistolita de juguete algo ridícula; esto ya nos lo explicaron en la presentación, parece ser que trata a muchas personas a la vez, ya que solo necesita a veces unos segundos para sus "ajustes" (rigurosamente cierto). Vamos ahora con la cuestión crematística; el precio de una sesión no es demasiado caro (aunque, según el tiempo empleado, puede ser hasta dudoso esto), pero hay trampa como no podía ser de otra manera; pocas sesiones pueden no valer para mucho, por lo que necesitas bastantes más y tu tratamiento puede ascender a unos cuantos miles de euros. Juzguen ustedes por sí mismos; lo que vivimos en la presentación ya fue bastante irrisorio, pero lo narrado en las sesiones parece abundar en un ambiente sectario y pueril, que Woody Allen no superaría en sus maravillosas sátiras sobre el género humano. Una vez más, parece jugarse con la desesperación de personas, que buscan un remedio para dolencias extremas sobre los que otros profesionales de la medicina no les han dado respuesta. Diremos, para acabar, que en todas las terapias alternativas, existen casos de gente que le funciona, en todas (y en cada uno de ellos puede indagarse en un montón de factores por los que, supuestamente, funcionan). La cuestión es la cantidad de personas con las que no sirven (pueden ponerse muchos ejemplos) o el alcance que pueden tener los (supuestos) beneficios de determinadas prácticas.