sábado, 29 de marzo de 2014

El placebo o alivio de ciertos síntomas


Vamos a ver si averiguamos algo sobre el llamado "efecto placebo", ya que todo lo relacionado con la sicología y la salud resulta fascinante y podemos también extenderlo a otros campos. Tal y como dice Ben Goldacre, en Mala ciencia, lo criticable de las medicinas alternativas (recordemos que entendemos por tal cosa aquellas no aceptadas por el método científico y no integradas, por lo tanto, en la medicina general), es ver cómo distorsionan, a base de tópicos, la concepción que tenemos de nuestros propios cuerpos. El paralelismo que se realiza es inmejorable, afirmando que la teoría del Bing Bang es infinitamente más interesante que el relato infantil de la Creación contenido en el Génesis. Lo que puede contarnos la ciencia sobre el mundo natural supera de largo cualquier teoría, más o menos esotérica, sobre unas pastillas curativas que es capaz de preparar un terapeuta alternativo. Si queremos buscar un terreno común, que desmonte algunas patrañas, es necesario buscar la relación entre nuestros cuerpos y nuestras mentes, tener en cuenta el papel cultural de la curación y hablar, por supuesto, del efecto placebo. Insistiremos en que Goldacre no es nadie que esté a sueldo del "sistema", de hecho critica tanto la manipulación de las farmacéuticas como la de la industria alternativa, y que sus artículos están bien legitimados citando las fuentes correspondientes.

Tal y como ocurrió con el curanderismo, los placebos pasaron de moda en cuanto el modelo biomédico empezó a ser efectivo. A finales del siglo XIX, ya anunciaban la defunción del placebo debido a ciertos casos evidentes (un médico inyectó agua, en lugar de morfina, a su paciente y éste se recuperó perfectamente). Incluso, hay quien lamentó el supuesto fin del placebo, ya que eran conscientes de que algunos factores en la medicina desde sus inicios, como la actitud tranquilizadora y el saber tratar adecuadamente al paciente, resultaban tremendamente eficaces. Sin embargo, y afortunadamente, su uso ha pervivido. Creo que podemos decir que existe cierto poder de la mente que pertenece a un terreno más o menos incognoscible. No obstante, planificar un experimento capaz de desgranar los beneficios sicológicos y culturales de un tratamiento con el fin de aislar los efectos meramente biomédicos, es más complicado de lo que parece, ya que no es posible comparar un placebo con ningún otro tratamiento. Ello es debido a que se considera incorrecto, desde puntos de vista evidentemente éticos, tratar a un paciente realmente enfermo con un efecto placebo. Además, no está muy bien visto por la comunidad médica, la cual defiende la evidencia empírica, este tipo de ensayos con placebo, debido a que se conoce lo fácilmente manipulable que son los resultados. Puede expresarse como que en el mundo clínico, tanto en médicos como en pacientes, no les interesa demostrar que un tratamiento funciona mejor que nada, sino si funciona mejor que el mejor de los existentes.

Lo que sí se puede realizar, de forma bastante ingeniosa, es comparar un placebo con otro. Por ejemplo, un médico especializado lo que hizo es tomar datos de ensayos controlados por placebo sobre medicamentos contra la úlcera gástrica (una buena idea, ya que resultan un excelente objeto de estudio al determinarse su presencia o ausencia por métodos muy objetivos). Al comparar dos tratamientos por placebo (dos pastillas de azúcar, en un caso, y cuatro en el otro), acabó descubriendo que, cuantas más pastillas, mejor funcionaba el placebo. Parece increíble, pero la respuesta está en que el placebo abarca mucho más que la simple pastilla, abarca el sentido o significado cultural del tratamiento. Lo que se quiere decir es que las pastillas no aparecen sin más en el estomago, ya que se administran de manera particular, adoptan formas diversas y las ingerimos con determinadas expectativas. Todo ello tiene un impacto sobre las ideas y creencias de la persona sobre su propia salud y, del mismo modo, sobre el resultando del tratamiento (la homeopatía es el ejemplo perfecto del efecto placebo). Para el que le resulte sorprendente la "eficacia" del efecto placebo, es posible mencionar numerosos ejemplos de experimentos que confirman la cuestión. Cierto estudio, por poner un ejemplo rápido, demostró que un fármaco similar al valium trataba más eficazmente la ansiedad cuando aparecía en forma de color azul, resultaba mejor que cuando se presentaba en forma amarilla. Desgraciadamente, las empresas fabricantes conocen muy bien los beneficios que aporta una imagen, por lo que invierten más en publicidad que en investigación y desarrollo. Otro estudio demuestra que la medicación estimulante tiende a presentarse en pastillas rojas, naranjas o amarillas, mientras que los antidepresivos y tranquilizantes suelen ser azules, verdes y morados. Más importante que los colores, es la cuestión de las formas, por ejemplo; en su momento las cápsulas parecían ser un medicamento más innovador. Otro factor influyente es la vía de administración, y tres experimentos separados han demostrado que las inyecciones de agua salina son más eficaces que las pastillas de azúcar para el tratamiento de problemas de tensión arterial, de dolor de cabeza y de dolores posoperatorios (no porque tengan mayor beneficio, sino porque la gente cree que una inyección es una intervención más drástica que el hecho de tragarse una simple píldora). Otros experimentos también han mostrado que ciertos efectos rituales (como la acupuntura) son más efectivos como placebo que una simple pastilla de azúcar.

El testimonio definitivo sobre la construcción social del efecto placebo, y aquí llegamos a un punto clave, es el que nos revela la extraña historia del envasado. Puede decirse que el dolor es un ámbito en el que cabría sospechar que las expectativas producirán un efecto particularmente significativo. Las personas acaban averiguando ellas mismas que es posible apartar el dolor de su mente, por lo menos hasta cierto punto, gracias a la distracción, o que ciertas condiciones estresantes pueden hacer que empeore. Experimentos han mostrado que el envase de los comprimidos y la marca que aparece en él tienen su propia efecto beneficioso sobre el dolor de cabeza. Por mucho que se insista en que ello es tirar el dinero, hay personas que siguen comprando analgésicos de marca (incluso, el mayor coste de los mismos acaba siendo un factor determinante). No nos desanimemos ante esta concepción del mundo en el que las personas parecemos conejillos de indias, ya que este conocimiento puede ayudar precisamente a crear formas de vida más saludables y a que estemos menos subordinados e esos factores (tantas veces, mercantiles y planificados).

Otros ensayos han evidenciado que no es tampoco necesario ceñirse a las pastillas y a los aparatos en el efecto placebo. Por ejemplo, está demostrado que lo que el médico diga y haga tiene un efecto en la curación. Incluso, sin hacer nada, solo por su manera de comportarse, los médicos pueden tener un efecto tranquilizador. También la información que se dé al paciente, como un "diagnóstico placebo", puede ser determinante. En el caso de los terapeutas alternativos, y aquí ya entramos en un terreno peligroso, no dan solo diagnósticos, sino "explicaciones placebo" (afirmaciones infundadas, no basadas en pruebas, a menudo fantásticas, acerca de la naturaleza de la dolencia del paciente, en la que se alude por ejemplo a "desequilibrios" o "energías"). Aunque se han mencionado efectos beneficiosos (y hay que mencionar que incluso en esos casos pueden darse también daños colaterales), hay que andarse con mucho cuidado si ciertas actitudes conducen a las personas a creerse su condición de enfermas y reforzar así creencias y comportamientos destructivos (como es el caso de medicalizar los muy habituales dolores musculares) obstaculizando así que la persona pueda seguir con su vida y progresar. Está claro que las investigaciones demuestran que la actitud cálida y tranquilizadora del médico son más eficaces, aunque ello encuentre desgraciadamente muchos obstáculos en el sistema sanitario real en el que vivimos. También se produce cierto dilema, teniendo en cuenta estos factores "placebo" que ayudan a mejorar al paciente, y es el hecho de no mentir al paciente enfrentado a lo pernicioso de una una excesiva información (que puede empujar a confundirlo y asustarlo aún más).

Lo que está claro es la denuncia a ciertos terapeutas alternativos, los cuales no reconocen en ningún momento que su posible eficacia se debe a ciertos rituales y a su relación con el paciente. Ellos insisten en que sus tratamientos tienen un efecto específico y medible sobre el organismo, algo inasumible si tenemos en cuenta la evidencia empírica. Las pruebas de la supuesta eficacia de la medicina alternativa al respecto suelen ser oscuras, los métodos mecanicistas y claramente decepcionantes desde un punto de vista intelectual. Insistiremos en que la ciencia, la cual solo conlleva un camino, es mucho más interesante. El efecto placebo revela la existencia de dilemas fascinantes y conflictos éticos que nos provoca la seudociencia, como es el caso de considerar ciertas terapias alternativas meramente como un timo, teniendo en cuenta el factor de que funciona el efecto placebo. Otra cosa a tener en cuenta, además de los beneficios, es que también se pueden producir efectos secundarios imprevistos. Creer en cosas no respaldadas por la evidencia empírica tiene un obvio efecto sobre la capacidad intelectual, por no hablar del hecho de "medicalizar" problemas, reforzar creencias contraproducentes acerca de las enfermedades y extender la pobre idea de que una simple pastilla es una respuesta apropiada a un problema social (además de a una modesta enfermedad de naturaleza vírica). Por otra parte, la medicina alternativa, reforzada por el placebo, tiende a denigrar a la medicina convencional (todos conocemos algunos ejemplos), a menudo aprovechándose de las malas experiencias con la misma. Acudir a la medicina alternativa, tantas veces se realiza en detrimento de tomar medidas eficaces para enfermedades muy graves (traicionando, de paso, la propia condición "holística" o "complementaria" de esas terapias, ya que denigran la auténtica medicina biomédica. El efecto placebo, que puede ser útil en ciertas ocasiones, no es reconocido la mayor parte de la veces por los terapeutas alternativos, ya que pretenden tener grandes y oscuras teorías sobre el cuerpo humano. El mercantilismo y el dogmatismo con la salud son tan criticables en médicos convencionales como en terapeutas alternativos. Solo cabe una idea más honesta e inteligente, aprovechar las numerosas investigaciones para perfeccionar los tratamientos que actúan mejor que el placebo, así como para mejorar la atención sanitaria sin engaño alguno al paciente.

sábado, 8 de marzo de 2014

Construyendo mitos: el cristianismo

Gonzalo Puente Ojea califica la historia de Jesús de "impresionante ficción legendaria", sustentada en el Evangelio atribuido a Marcos. Es lo que podemos describir como una substitución del Jesús histórico por el Cristo de la fe, algo que constituye una fractura insalvable y cuyas consecuencias llegan, desgraciadamente, a la sociedad de hoy. La apologética evangélica nos ha legado volúmenes de simplificación y tergiversación, por lo que hay que atender a los textos con sentido histórico y contextualizar en las realidades ideológicas, económicas, sociales y políticas de aquellos días para tratar de restaurar un Jesús acercado a la realidad.

Aunque es un poco triste señalar esto a estas alturas, todos nos hemos encontrado con personas supuestamente ilustradas que, de una manera u otra, aceptan los libros de La Biblia como fuentes historiográficas. Puede decirse que el Evangelio de Marcos es una obra que constituye un género literario original; aunque se refiera a determinados hechos, es obvio que debe clasificarse como un documento kerygmático (del griego kerygma, anuncio o proclamación), es decir, un instrumento para la predicación. Precisamente, a pesar de la también presente intención historiográfica de los Evangelios, los exégetas creyentes aluden a esa vertiente kerygmática para tratar de justificar las numerosas contradicciones e incompatibilidades entre los diferentes textos. Por lo tanto, el  Evangelio puede calificarse como un género literario de carácter histórico-teológico, cuyo propósito es certificar la autenticidad histórica y doctrinal de la figura de Jesús de Nazaret. Por supuesto, para realizar esa labor se subordina y adapta el soporte historiográfico a un molde dogmático, por lo que se pretende dar a conocer de una manera interesada. Estamos hablando de un texto que quiere inculcar una tesis teológica, la cual se profesa como una "verdad revelada", que tendría dos vertientes bien diferenciadas: proclamar a Jesús como heraldo del Reino de Dios y la de la Iglesia como proclamante del Cristo resucitado.

El relato presente en el Evangelio de Marcos no se desarrolla cronológicamente, sino de manera teológica, partiendo de la idea de la muerte de Jesús como propiciatoria del Reino y como confirmación de su figura mesiánica y como Hijo de Dios. Por lo tanto, no hablamos de una biografía histórica, sino de una construcción kerygmática desde la fe en la Resurrección (un hecho claramente inverificable, incluso dentro de esta tradición). Puente Ojea señala una contradicción entre esa consideración en el Evangelio de la figura de Jesús como mesiánica y la posterior justificación de su crucifixión como parte de un misterioso plan divino. Es lo que hay que calificar como la ambigüedad constitutiva del cristianismo como híbrido ideológico, se apropia de la esperanza tradicional de Israel, para dar cerrojazo e instaurar una economía de la salvación (una nueva alianza en la que la Iglesia se integra con vocación hegemónica de poder en el orden de dominación existente). Se trata de conciliar dos kerygmas contradictorios, el del Mesías Jesús y el de la Iglesia, por lo que basta con afirmar algo y, a la vez, lo contrario. Es una ambigüedad connatural al cristianismo, lo que le ha capacitado para adaptarse a todas las coyunturas históricas y explotarlas todo lo posible en beneficio de su dominación.

Michael Martin, en su concienzuda obra Alegato contra el cristianismo, dedicado un capítulo a la historicidad de Jesús; distingue en primer lugar entre un cristianismo ortodoxo, que admite obligatoriamos varias hipótesis sobre la existencia de Jesús al creer en su divinidad, y un cristianismo liberal, que niega la condición divina del profeta, pero que se muestra sorprendentemente acrítico con las contradicciones históricas y con las (muy) débiles fuentes al respecto. La historicidad de Jesús está fuertemente implantada en nuestra civilización, de tal manera que creyentes y no creyentes, cristianos y no cristianos, la dan prácticamente por sentada. Incluso, feroces críticos con el cristianismo, de gran prestigio, como Bertrand Russell o Nietzsche, parecían aceptar la existencia histórica de Jesús al valorar algunas de sus enseñanzas morales. Es muy legítimo preguntarse si un personaje es histórico o resulta un mito, y es lo que hacen, afortunadamente, algunos autores como Martin o Puente Ojea. Otro de los autores contemporáneos, tal vez el más respetado, que ha cuestionado la historicidad de Jesús es G.A. Wells; su opinión escéptica se basa, en gran medida, en las opiniones de teólogos y expertos en la Biblia, ya que se admite sutilmente la condición legendaria de las historias evangélicas y la muy parcial intención religiosa de sus autores. Así, la condición como fuente histórica de los evangelios son más que dudosas al estar plagados de situaciones contradictorias y de hechos sumamente improbables, si sus autores son obviamente tendenciosos (que, además, escribieron mucho después de la supuesta vida de Jesús) y si la reivindicación existente en ellos no está confirmada por otros autores más independientes. Además, otras fuentes históricas, de carácter bastante débil como es el caso de Flavio Josefo, son más que sospechosas de haber sufrido la manipulación posterior de autores cristianos; todo esto obliga a mostrarse muy escéptico sobre la historicidad de Jesús.

La mayoría de los creyentes ignora, o quiere ignorar, el gran salto que hay entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe, y es probablemente esa ignorancia la que ha salvado de momento a la Iglesia del colapso. Lo que atañe a la clase mediadora, al clero, es un misterio el grado de honestidad y/o de ignorancia que se encuentra detrás de sus creencias. Lo que es obvio es que la crítica racional queda a un lado en la religión revelada, por lo que su institucionalización y la generación de una clase mediadora solo conlleva intolerancia y fanatismo. Estamos hablando de la raíz misma del cristianismo, que se caracterizó por la hibridación y la ambigüedad ideológica, lo que explica su eficacia como institución de poder. Puente Ojea describe muy bien a la Iglesia como instancia hegemónica totalitaria sin, además, ninguna legitimación histórica. Es curioso que los sacerdotes y creyentes realicen una continua apelación a la tolerancia, cuando es su propia Iglesia la que es un obstáculo para una sociedad plural. Ha sido, y es, este poder eclesiástico una forma de estabilización social mediante la legitimación de la clases dominantes y también como red de instituciones que ha mantenido una doble relación con esas clases: de confirmación divina de todo tipo de dominación terrenal por parte de los poderes hegemónicos (la Iglesia es uno de ellos), y de control externo e interno de las formas de esos mismo poderes para lograr el consenso colectivo y la legitimación histórica e ideológica. Es esa paradójica doble relación estabilizadora la que ha mantenido la ilusión de que el cristianismo pueda representar una posibilidad de emancipación para explotados y oprimidos. Sin embargo, una elemental información histórica nos hace comprobar que ha ocurrido exactamente lo contrario, coherentemente con el desarrollo del poder eclesiástico y con las bases doctrinales.

La función de la Iglesia parece haber sido mantener la manipulación y la dominación, aunque paralelamente difunda de forma retórica un incongruente deseo de reforma social. Los rasgos benéficos y paternales que se aducen habitualmente para justificar la institución eclesiástica no suponen ningún cambio real, solo aseguran la buena conciencia de sus miembros y siguen perpetuando esa ilusión de una posible reforma social que le otorgue un mínimo crédito. A pesar de que los tiempos han cambiado mucho desde que se realizó el primer análisis de este tipo, la religión sigue funcionando como un perfecto instrumento de control social, por lo que la clase dirigente (creyente o no) continúa utilizándolo. Conviene recordar la clásica frase "la religión es el opio del pueblo", entendida como consuelo ante los infortunios de la existencia, y también la de Lacan, "la religión es el alivio a costa del juicio". Existirán ciertos mecanismos sicológicos que conducen al individuo a la fabulación, pero lo que resulta intolerable es que instituciones de poder sigan negociando con esas debilidades inherentes a la existencia humana manteniendo toda una red con múltiples formas de coerción individual y colectiva sobre las conciencias y las conductas.

Nos hemos ocupado en el texto de hoy, sobre todo, de la historicidad de Jesús y de su salto a lo que la religión conoce como Cristo. Nos parece más que lógica una posición escéptica sobre ello, de tal manera que se rechace incluso una concepción liberal del cristianismo que lo considere un gran profeta; lo que sí parece incuestionable es la existencia de una fractura insalvable entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe. No obstante, como las autores mencionados no han logrado una aceptación amplia, para futuros textos repasaremos lo pernicioso o no del cristianismo sin cuestionar necesariamente la existencia histórica de Jesús; como nuestra civilización está impregnada de los dogmas judeocristianos, nos vemos obligados a ello si creemos en el librepensamiento y en el progreso.


sábado, 1 de marzo de 2014

¿dios?

Esta obra, de Antonio Aramayona, invita a preguntarse sobre la cuestión de dios, o de los dioses, tal y como indica su título. De hecho, de entrada tenemos ya una pista de cómo se aborda el tema, cuando se escribe la palabra "dios" con minúscula inicial y se recuerda que se trata de un nombre común y no propio. Las exageraciones y abusos de algunos autores, a la hora de inculcar a la gente común una serie de afirmaciones religiosas, son objeto de severa crítica.

En esa línea, se recuerda que los tratados religiosos y teológicos, a lo largo de la historia, fueron escritos para ser entendidos solo por una minoría; el resto debía simplemente creérselos y tener fe, debiendo presuponer el misterio. Así, se ponen al descubierto los sinsentidos de la tradición religiosa y la manipulación de los profesionales de la religión. Los siete capítulos que componen el libro son breves, concisos y autónomos, independientes de los demás, aunque resulte lógico que haya algunas referencias entre ellos. Aramoyana utiliza además un lenguaje sencillo y accesible, puede decirse que especialmente dirigido a mentes adolescentes, aunque es disfrutable por todo tipo de público; se nota que se el autor es profesor de filosofía y ética en institutos de secundaria.

El auténtico quid de la cuestión es si el término "dios", entendido fundamentalmente como ser personal y creador de todo lo conocido, posee algún tipo de realidad verificable siendo la respuesta negativa de forma evidente. Hay que recordar algo tan sencillo que los fieles de las distintas tradiciones religiosas creen, de alguna u otro manera, que su deidad es la verdadera y que pertenecen a algún tipo de grupo o pueblo elegido; solo hay que observar esta peculiaridad de todas las religiones, esforzándose en proclamar su autenticidad, para comprender que todas son falsas. Otro absurdo es que la fe religiosa se blinda ante la sociedad con algo tan peculiar como comunicarse con seres sobrenaturales; si hacemos la prueba con algún otro tipo de entes, como puede ser alguna raza extraterrestre, con seguridad nos tomarán por dementes. Detrás de la fe religiosa se encuentra también algún tipo de soberbia, que lleva a los seres humanos a creernos el ombligo del universo olvidando que somos en realidad una especie muy joven en un planeta casi insignificante. La inmensidad del universo conduce a muchas personas a respuestas absurdas y metafísicas, así como a la necesidad de que exista un propósito en todo ello. Ni siquiera en el planeta tierra, la especie humana debería considerarse algo especial ni dar por hecho que la naturaleza es de nuestra exclusiva propiedad; el reino animal y vegetal existe mucho antes que nosotros, es un producto derivado de una evolución global en la que no existe jerarquía alguna.

Cada persona, con grandes excepciones que abren camino al librepensamiento y al progreso, suele vivir de acuerdo con las pautas de comportamiento y los esquemas mentales presentes en la sociedad y en la cultura donde nace y se desarrolla; de esa manera, se tiende a entender y examinar al resto del mundo según esos mismos parámetros, únicamente desde nuestra propia mirada. Ocurre a nivel individual y también social y cultural, se tiende a pensar que lo propio es mejor que lo de los demás; la religión hay que incluirla dentro de esa tendencia, la propia es la verdadera y el resto vienen a ser supersticiones y falsedades. Nada mejor que el conocimiento  y la experiencia sobre el mundo, sobre las diversas culturas, para curar ese complejo religioso de creernos el ombligo del universo. La historia de las religiones lleva a considerar la religión como un elemento sociocultural más, a la conclusión de que el ser humano creó a los dioses "a su imagen y semejanza". Todos los pueblos y culturas convierten a sus deidades en parecidos a sí mismos, con sus mismas peculiaridades étnicas; no es una conclusión moderna, ya Jenófanes de Colofón en el siglo VI antes de nuestra era analizó las religiones como un fenómeno social y cultural propio de cada pueblo. Los creyentes, sea cual sea la cultura en la que se encuentren, suelen tratar con suma familiaridad y obviedad la cuestión divina sin caer en que los rasgos de su deidad son demasiado humanos.

Aramayana señala en su obra algo, que también acabó siendo lógico y evidente, sobre lo que suelen ser las opiniones políticas de los creyentes. Al menos en la creencia monoteísta, Dios suele ser un gran monarca con dignidad suprema y poder absoluto; en la tradición politeísta existían tantos dioses, con mejor o peor suerte, como ámbitos humanos, por lo que cierta pluralidad estaba asegurada. En Occidente, durante demasiado tiempo, los monarcas no fueron cuestionados seguramente como reflejo de la tradición monoteísta; cuestionar el poder monárquico era tanto como hacerlo con el propio poder divino. No hay que andar demasiado para vincular la creencia religiosa con el conservadurismo y la reacción, con el respeto a la tradición y a la autoridad, siendo por lo común los creyentes reacios a aceptar el progreso también en el terreno político. Otro ámbito importante abordado por los librepensadores es la cuestión de la moral definitivamente desprendida del fundamento religioso. La tradición judeocristiana es tan infantil al respecto, que considera al ser humano (algo más a la mujer) como la raíz de todos los males; en origen, la situación paradisíaca que la divinidad dispuso se fue al traste debido al pecado original de desobediencia. En otras tradiciones orientales, el mal parece ser consustancial al mundo y casi inevitable, solo superable si se comprende la apariencia fugaz de la existencia y se acaba penetrando en no se sabe muy bien qué sentido más profundo del universo.

Sea como fuere, la deidad de turno suele ser descargada de responsabilidad sobre la presencia del mal en el mundo y el ser humano acaba siendo el culpable; es verdaderamente asombroso que tantos creyentes acepten ese triste papel sin el menor asomo de crítica, algo que acaba impregnando toda la actividad sociocultural e imposibilitando el avance en los diversos campos humanos. El dualismo religioso que se encuentra detrás de esta cuestión, la degradación material enfrentada al paraíso celestial ideal, aparece como sumamente perniciosa al invitar a las personas a considerar el mal en el mundo inevitable y a aceptar las penurias con resignación solo como un tránsito hacia una realidad superior. Afortunadamente, el conocimiento conduce a explicar gran parte de lo que se han llamado "males" en la existencia humana, viéndolos incluso como tríbulos de la vida perfectibles y sin considerarlos como un castigo o una prueba. Por supuesto, otra cuestión son las injusticias y crímenes de los sistemas políticos y económicos fundados por el ser humanos con tremendos abusos de los poderosos sobre los débiles; en ello, como en cualquier otro ámbito sociocultural, las instituciones religiosas también han tenido y siguen teniendo mucho que ver, aunque no son las únicas culpables.